Paso de cebra

josé Carlos Rosales

Cortijos

AUNQUE todo el mundo lo sepa, cuando ciertas cosas se dicen en sede judicial adquieren una solemnidad hiriente que va más allá del murmullo en voz baja. Estoy pensando en lo que dijo hace pocos días María del Pilar A. B. en la Audiencia de Granada al describir los modos de proceder de los jefes de la red clandestina de ventas de entradas al margen del Patronato de la Alhambra: "Actuaban con total descaro. […] Pensaban que aquello era su cortijo y la gente tenía miedo de hablar". Así se expresó MPAB durante una de las sesiones del juicio que, desde hace un par de semanas, se extenderá hasta el mes de diciembre para delimitar las responsabilidades de este fraude gigantesco.

La palabra clave es cortijo, ese espacio cerrado donde el latifundista puede disponer de la vida y destino de aquellos que se congregan a su alrededor en busca de un techo o un plato de comida. Fuera del cortijo no hay nada que hacer, nadie te dará trabajo, pronto te convertirás en pordiosero. Pero si te callas y asientes, si aprendes a mirar para otra parte, si aplaudes y repites las consignas del día, recibirás las migajas de la mesa del dueño del cotarro, del hacendado generoso que cada día te humilla. Con la metáfora coloquial del cortijo se alude en nuestra lengua a esa concepción feudal del mundo donde al individuo sólo se le exige fidelidad y miedo: miedo a que el jefe te deje de mirar, fidelidad a sus más minúsculos caprichos. Y no es raro que España esté llena de cortijos simbólicos: el que no se haya tropezado con una docena de ellos que levante la mano. Pues, como vivimos en una sociedad que nunca ha sido capaz de organizarse alrededor de la libertad y de la igualdad, de sacudirse servidumbres y falsas lealtades, no es extraño que con frecuencia nuestra vida pública se organice alrededor de cortijos legales, ilegales o paralegales. En la banca y en la política. En la cultura y en el deporte o el urbanismo: tú te callas y yo te doy; tú me aplaudes y yo te designo. Y más en Granada, ciudad secreta y rara donde el modelo organizativo dominante es el de la cofradía y la parroquia, la procesión y el rosario de la aurora. Por eso "en esta ciudad nunca hubiera podido salir el tema de los ERE ni la operación de Marbella", como dijo una vez Miguel Ángel del Arco, alguien que estuvo más de cuatro décadas trabajando como juez de instrucción. Así somos. Y me temo que así vamos a seguir siendo: calladitos y en fila.

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