Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Tesoro de la oliva

SI hay algún alimento que identifica a España es el aceite de oliva, por delante de los también apreciados vinos y jamón del bueno. Nosotros los baby boomers hispánicos, nacidos en los sesenta, fuimos testigos de la condena y casi la proscripción del zumo de la aceituna porque, como sucedería después con las sardinas o las legumbres, fue estigmatizado por los peritos organolépticos de la época. Seamos malpensados: mucho me temo que esa fama de insano del aceite de oliva, que nos hizo llegar a la aberración -siendo español- de aliñar ensaladas y freír con girasol, fue subrepticiamente urdida por lobbies más influyentes que el de la oliva de Jaén o Córdoba, como el de la palma o el girasol. Pero resulta que tenemos un tesoro. Más allá de un producto de creciente aprecio mundial, somos millones los españoles que desayunamos tostadas con oliva virgen extra, y sazonamos y freímos con esta grasa que es mucho más rica que ninguna otra y, a la postre, la más sana.

España produce más de la mitad del aceite de oliva que se exprime en el mundo. El segundo en el ranking es Italia, que manufactura menos de la tercera parte que nosotros. Sucede, como es sabido y resabido y lamentado, que Italia es la principal comercializadora planetaria. Los herederos de Marco Polo han sabido desde tiempos remotos vender con estilo, logística y precio su diseño superior, derivado del buen gusto genético, pero también de un gen comercial del que la cantidad de pequeños y medianos productores del Alto Gualdalquivir carecen, y tradicionalmente identifican al olivo no tanto como un producto industrializable, sino como un ahorro extra, unos ingresos europeos, una fuente de delicioso autoconsumo de primera prensa o unos estudios con piso en el barrio de Salamanca de Madrid para sus hijos.

Esta semana hemos sabido que, por primera vez, España supera a Italia en litros de oliva exportados a EEUU. No es moco de pavo, teniendo en cuenta que buena parte de lo que allí exporta Italia es de origen español, convenientemente procesado por un excelente marketing mix: envases, marcas, etiquetas, distribución, promoción. ¿Por qué no contratamos diseñadores y grandes comerciales, y aprovechamos nosotros ese valor añadido que nos usurpan los listillos italianos? Por dos cosas: primero, porque ellos tienen el sistema comercial asentado y engrasado desde hace siglos, y, segundo, porque sencillamente no lo hacemos nosotros, que es lo mismo que decir "lo hacen ellos". Y gracias. ¿Habría, si no, aquí tantos olivos sin los italianos vendiendo sus frutos?

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