La colmena

Magdalena Trillo

¿Y si la envidia es el motor?

LAS guerras de los agravios son tan consustanciales a la política como lo es la competencia en el tejido empresarial o el mantra de la competitividad en los círculos académicos. Somos lo que somos en comparación con los demás: ganamos o perdemos mirando al de al lado. Todo es relativo. Según expectativas y objetivos. En nuestro ADN es un rasgo básico, primitivo y sorprendentemente compartido: la envidia. Ese extraño sentimiento de deseo que en grado superlativo llamamos ambición.

Un amplio estudio universitario que se acaba de publicar en Science Advances concluye que las personas somos más parecidas de lo que pensamos. El experimento social se realizó el año pasado analizando el comportamiento de medio millar de voluntarios y terminó con el desarrollo de un algoritmo matemático que nos clasifica siguiendo cinco patrones: envidiosos, optimistas, pesimistas, confiados o indefinidos. La tipología se realiza a partir de un centenar de dilemas sociales en los que se puede colaborar o entrar en conflicto del tipo: Si va en pareja puede cazar ciervos; si acude solo tendrá que limitarse a los conejos; ¿qué cazaría usted? En una situación más prosaica: Hay dos participantes y mil euros en juego; si cooperan pueden obtener una parte cada uno, si usted va por su cuenta puede conseguir el doble o nada. ¿Qué haría?

Los investigadores de las universidades de Barcelona, Rovira, Carlos III y Zaragoza sentencian además que es la envidia el rasgo más sobresaliente: está en un 30% de la población. Si lo pensamos bien, tal vez sea uno de los valores (o disfunciones) que más se potencia en la sociedad individualista (y egoísta) occidental. Desde el sistema educativo y el entorno familiar al mercado de trabajo: un 6 es una nota magnífica si todos los demás han suspendido o un fracaso si el resto de la clase supera el 9; el tuerto en el país de los ciegos; los políticos con sus particulares victorias del día después electoral; el exigente mundo de los ranking y, por supuesto, la fiebre por estar en cualquier carrera (y ganarla).

La situación en estos momentos de Granada es realmente paradójica: está en todos los frentes. En el eje de desarrollo que se ha estrenado en Japón junto a Málaga, Sevilla y Córdoba (la Andalucía de la primera velocidad) y en el eje de los perdedores con Almería y Jaén por el déficit de infraestructuras. Dependemos del apoyo nacional para acoger el gran proyecto del acelerador de partículas que se quiere instalar en Escúzar (la interinidad del Gobierno puede jugar en contra de una de las pocas iniciativas que hay en estos momentos con perspectivas de generación de empleo y de inversión) y aún no sabemos si queremos competir solos o como marca andaluza para conseguir la Agencia del Medicamento cuando se formalice el brexit .

Siendo honestos, hace mucho que la medida de nuestros éxitos y fracasos es sólo una: Málaga. En su día cometimos el error histórico de querer salir al mundo con nuestro trocito de playa tropical (¿serán generosos ahora para prestarnos el paraguas de la Costa del Sol dentro del Eje?), en los 90 nuestros delirios de grandeza nos llevaron a exigir una conexión directa con Madrid en el mapa de la Alta Velocidad que estrenó la Sevilla de la Expo (en lugar de un ramal como hizo Córdoba), después vino la inyección millonaria a su aeropuerto mientras al nuestro lo rebautizábamos para compensar a Jaén y, como culmen de fatalidades, uno de los retos del alcalde malagueño no ha sido otro que situar a su ciudad como referente cultural. Aunque las matemáticas mientan, pocas lecturas partidistas pueden realizarse a la radiografía que hoy publicamos sobre la evolución de las cuatro ciudades del Eje en la última década. Sintetizando en nuestro baremo: Málaga nos supera en todos los grandes indicadores económicos, en turismo está a años luz en sol y playa y ha dado un salto como destino urbano que puede hacer tambalear los registros de la Granada cultural.

Sin alianzas, y a pesar la crisis, los datos globales reflejan un despegue conjunto sin precedentes en la etapa democrática. En la comparativa, el sentimiento de envidia hacia Málaga ha calado de lo público -político y empresarial- a las conversaciones de bar. La pregunta ahora podría ser qué será más efectivo: la ambición de recuperar el tiempo perdido, el orgullo de competir, o la estrategia calculada y táctica de aprovechar las alianzas. Más difícil aún: ¿será Granada capaz de avanzar en los dos frentes? No tenemos que ser envidiosos ni todo el tiempo ni en todas las circunstancias...

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