DESDE hace más o menos un año no tenemos gobierno. Y parece que no nos va tan mal. En estos doce meses de politiqueo, elecciones y gobierno en funciones, el paro registrado ha bajado en 373.000 personas y si comparamos la EPA del III Trimestre de 2015 con la del II de este año, hay un cuarto de millón más de ocupados. Además, la economía crece por encima del 3% y el FMI rectifica sus previsiones anteriores, admite que nuestro PIB se incrementará este año un 3,1% y nos sitúa como la gran economía industrializada con mayor crecimiento. No hay sensación de desgobierno. No hay algaradas en las calles, ni motines en las cárceles. El estado funciona razonablemente bien gracias a esa legión de funcionarios públicos que mayoritariamente cumplen con su trabajo; las pensiones y el resto de prestaciones se pagan puntualmente; los niños siguen yendo a clase, las Universidades e Institutos están abiertos, los enfermos son atendidos y para tranquilidad de la mayoría de los españoles la Liga de Fútbol no se ha paralizado y Telecinco sigue emitiendo Sálvame.

Y claro, nos da por pensar y preguntarnos. Si todo va tan bien: ¿para qué sirve un gobierno? Y caemos en la tentación de sucumbir a relacionar la mejora económica con la inacción de un gobierno en funciones que al tener las manos atadas, siempre será mejor que otro rendido al delirio de políticas caducas, desfasadas y socializantes. Y no nos equivocaríamos en mucho. En un país moderno en el que el estado es una maquinaria bien engrasada gestionada casi siempre por profesionales, la labor del gobierno no es tan imprescindible como pudiera parecer. Cuando un barco zarpa de puerto con viento favorable -permítanme el toque romántico-, la derrota bien marcada en las cartas de navegación, una tripulación competente y las bodegas repletas de agua y víveres, no necesita un capitán que se inmiscuya en todas y cada una de las maniobras del buque.

Y esa es la lección que deberíamos haber aprendido los españoles, políticos incluidos, de este año con un gobierno en funciones; que un estado moderno sólo requiere al gobierno para que marque las pautas de desarrollo y crecimiento, liderar las reformas necesarias y gestionar, a través de una Administración Pública profesionalizada, el dinero que los contribuyentes nos vemos obligados a aportar para cubrir las necesidades del país y no los caprichos de los políticos de turno. Con eso basta.

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