¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Duelos y trifulcas

A la espera del desenlace final este domingo de la madre de todas las trifulcas, la que enfrenta en el seno del PSOE a pedristas y susanistas, los españoles alimentamos nuestra alma de portera con entremeses de diferente condición. El más entretenido, por la calidad de los contendientes, ha sido el duelo que ha enfrentado al ínclito filólogo y cervantista Francisco Rico con el aguerrido escritor Arturo Pérez-Reverte a cuenta de un artículo de éste sobre la falta de compromiso de la Real Academia -y, en concreto, de algún "tonto del ciruelo" y alguna "tonta de la pepitilla"- para combatir esa moda infame del desdoblamiento de género, el famoso "andaluces y andaluzas" con el que muchos de nuestros políticos alargan sus discursos a falta de otros recursos retóricos. Los dos académicos han protagonizado un episodio de capa y pluma que se ha saldado, a nuestro entender, con un Rico malherido ante el acero toledano del padre de Alatriste. Conste aquí nuestro reconocimiento a los dos por reavivar la vieja tradición de la estocada literaria y periodística, cuyo retablo lo coronan dos genios con pulgas como miuras: Góngora y Quevedo.

Más trifulca que duelo es la que se montó en la Universidad Autónoma de Madrid cuando un grupo de estudiantes y encapuchados impidieron a Felipe González y a Juan Luis Cebrián dar una conferencia.

De la universidad española hace tiempo que esperamos poco. Es una de las principales asignaturas pendientes de la democracia española. Quien la probó lo sabe. La que se supone guardiana de la sabiduría lleva años consintiendo que cualquier pelagatos se permita el lujo de impedir el derecho a la palabra de los demás sin que después haya consecuencias. Ya pasó con Jon Juaristi, con Savater, con Aznar, con Rosa Díez… Hace años, en un paraninfo andaluz, asistimos como plumilla al boicot que un grupo de esbirros del castrismo le hizo al escritor y periodista exiliado Raúl Rivero, quien fue humillado, insultado y silenciado sin que a las cartilaginosas autoridades universitarias se les moviese el bonete.

Entre el duelo académico y la trifulca de los encapuchados hay una diferencia: el valor. Los primeros han sacado sus vísceras con un cierto sentido de la estética y a cara descubierta; los segundos, sin embargo, han actuado amparados por una universidad pusilánime, cubiertos por capuchas trapenses y embozados con pañuelos palestinos. Gritones y mal vestidos. Bertie Wooster, el inmortal señorito creado por Wodehouse, no sabría cuál de las dos cosas es peor.

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