La tribuna

Miguel ángel Castro Arroyo

Un bálsamo para nuestras heridas

HE vivido los mejores años de la Universidad española. La LRU de 1983 coincidió con el inicio de mi licenciatura en Farmacia y el primer Plan Nacional de Investigación y Desarrollo vio la luz en 1988, justo en el último trimestre de mi carrera. Su puesta en marcha me permitió solicitar una beca de investigador, que marcó el inicio de mi carrera académica.

Desde entonces y hasta el final de la pasada década, el sistema universitario español experimentó un crecimiento y una relevancia sin precedentes. Durante ese periodo, la Universidad española duplicó el número de estudiantes y se implantó en todo el territorio nacional. En ese mismo período, España se colocó entre las 10 primeras potencias mundiales en productividad científica, posición que aún ocupa. Las encuestas de satisfacción del CIS otorgaban posiciones de privilegio a la reputación de nuestro personal docente e investigador.

El cierre de la década pasada, sin embargo, ha trocado las esperanzas creadas y las metas alcanzadas en amenazas e incertidumbres. En este momento, de manera injustificada, el sistema universitario español recibe el mayor ataque registrado desde la llegada de la democracia. La agresión ejercida sobre las universidades ha dejado al sistema gravemente debilitado. La Universidad hoy viene, como cantara Miguel Hernández, con tres grandes y terribles heridas.

Pierde sangre en la herida de la vida. Se le han arrebatado elementos vitales, como un procedimiento unificado para el acceso a la Universidad, único procedimiento garante de la igualdad de oportunidades; se han reducido drásticamente las posibilidades de incorporación y promoción docente; y se ha mermado la financiación pública a situaciones extremas.

Mayor aún es el desgarro que sufre en la herida del amor. La crítica repetida de la mediocridad de nuestras universidades, basada en una valoración simplista y malintencionada de la posición en los rankings, ha iniciado un desafecto creciente de la sociedad. Con todo, la hemorragia más letal brota por la herida de la muerte. El conjunto de reformas normativas promulgado en los últimos cuatro años ha causando una completa desregularización del sistema universitario. Muy en particular, la aplicación del Real Decreto conocido popularmente como el tres más dos -si no se produce un cambio absoluto de inmediato- certificará la defunción de la oferta actual de títulos oficiales y, con ello, la propia existencia del sistema que hemos conocido.

La desolación que me provoca esta realidad, se agrava al levantar la mirada y proyectarla en nuestra sociedad. Un canon similar de comportamiento irracional y de ataque desmedido viene siendo aplicado, en el mismo periodo, al modelo democrático de convivencia que la sociedad española, en su conjunto, conquistó desde el inicio de la Transición. El resultado muestra una sociedad desilusionada que, perdiendo sangre a chorros, exhibe con dolor las mismas tres heridas mientras mira a los muros de la patria que, si en tiempo fueron fuertes, hoy presentan peligro de desmoronamiento.

Muchos asistimos estupefactos a la herida del amor que planteamientos insensatos abren cuando reclaman reformas que separarían a ciudadanos en función de su origen o de su localización. Mucha sociedad se desangra hoy ante la herida de la vida de nuestro país. La sangre se derrama cuando se atiende a intervenciones de responsables públicos que, en un inadecuado empleo de los términos legalidad y democracia, pretenden arrebatarnos, mediante una clara desobediencia a nuestras leyes, los acuerdos alcanzados en el tiempo de mejor convivencia y de mayor progreso de nuestra historia. Ante tanta desmesura, a muchas personas se nos hiela la sangre ante la hemorragia de la herida de la previsible muerte del Estado de convivencia que tan buen resultado nos ha dado.

El bello poema de Miguel Hernández culmina de forma trágica: "Con tres heridas yo". Sin embargo, es preciso no aceptarlo y recordar su otro verso rotundo: "No me conformo, no". Hay un bálsamo para nuestras heridas. Propongo, como farmacéutico, una terapéutica receta. Sus principios activos son tres: respeto y fraternidad entre todas las posiciones y entre todas las sensibilidades, en donde ninguna nacionalidad, ideología o sector se considere superior a los demás; acatamiento al orden constitucional y leyes que regulan nuestro estado de derecho; y altura de miras que permitan buscar acuerdos que nos acerquen al bien común.

España necesita hoy que muchos ciudadanos cabales tomen la palabra y expresen su compromiso con un futuro que garantice la unidad en la diversidad, la colaboración entre las distintas opciones y el progreso del proyecto colectivo que es España. Desterremos para siempre de nuestra tierra vítores a la muerte, que recurrentemente acuden como sombras acechantes a nuestra puerta, y defendamos, con sensatez, con conocimiento y con respeto, un proyecto común de convivencia. Hagámoslo con letra de Miguel Hernández, con música de Joan Manuel Serrat, y con voces sonoras del Sur. Será el único bálsamo que curará nuestras tres heridas.

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