Manías

Erika Martínez

El arte de la transición

EN el Valle de los Caídos, monumento al que algunos tienen mucha manía, descansan juntos Franco, Primo de Rivera y treinta mil cadáveres anónimos. Sus restos podrán ser reclamados e identificados gracias a la Ley de la Memoria Histórica. Una ley como esta podría ser rechazada, para empezar, porque es una renuncia democrática reconocer un crimen que no va a ser juzgado. Así lo defendieron en Argentina las multitudes que, como respuesta a las leyes de amnistía, celebraron en los años 90 los Juicios Populares contra los genocidas, escenificados simbólicamente en plazas públicas con veredicto de los asistentes. En los carteles esgrimidos entonces por las Madres de Plaza de Mayo podía leerse: "No queremos la lista de muertos, queremos la lista de asesinos".

En España, la razón que nos lleva a repudiar la Ley de la Memoria no es la impunidad de los crímenes: es el miedo. El miedo a perder nuestra parcelita de riqueza y libertad, cuyas flaquezas no dependen de la reparación moral de las víctimas sino, como estamos comprobando, de la debilidad global de los Estados y su sometimiento sin condiciones a los dictados del capital. Lo que sí pone en peligro la memoria histórica es el rencor y las suspicacias que nos impiden fraguar una sincera reconciliación y afrontar el presente sin interferencias. Nadie puede avanzar arrastrando tanto lastre.

Dicen que nuestra transición fue ejemplar. Yo me pregunto si se puede construir una democracia saludable sobre el silencio y la represión de medio país. Pensemos en otros modelos de transición: Sudáfrica, por ejemplo. Después de 40 años de apartheid, el primer gobierno democrático de Nelson Mandela inició un proceso mundialmente aplaudido: creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que hizo públicas las atrocidades del régimen, los excesos de la resistencia y se encargó de restituir a las víctimas. Estas acciones fueron acompañadas, como es sabido, de una amnistía de los responsables a cambio de la verdad y la petición pública de perdón.

En Argentina se pidió verdad y justicia, en Sudáfrica verdad y perdón. En España, la impunidad no es discutible, muchos reclaman que no se siga indagando en nuestro pasado y a nadie se le ha pasado por la cabeza pedir perdón. Con amnistía o sin ella, ningún país democrático puede negarse a conocer en profundidad sus crímenes y a devolver a las víctimas su dignidad y su memoria, que es la nuestra. Bueno, Turquía lo hace cuando oculta el genocidio armenio y cierra la boca a los represaliados, pero no sé si nos conviene la comparación.

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