LLEGARON desde Atapuerca, no sin cierta petulancia, y tras ejecutar el presupuesto de 170.000 euros, nos dicen que los fósiles encontrados en Fuente Nueva y Barranco León, en Orce, tienen una antigüedad de 1,3 millones de años, como los de Atapuerca. ¿Dónde está la novedad? Fue en el año 1982 cuando Gibert puso a Orce en el mapa del mundo arqueológico, con el hallazgo del cráneo de un homínido; no obstante, los detractores de su paradigma mantienen que se trata de un équido.

El problema no es si hombre o burro, si alma humana o cándido cuadrúpedo. La cuestión está en que, a pesar de que queremos seguir sabiendo, quienes gobiernan no quieren que se investigue. En Venta Micena hay mucha riqueza arqueológica oculta, pero desde la Junta, niegan, sin argumentos válidos, la autorización para continuar las excavaciones a quienes lo solicitan de manera insistente. Tras el "hallazgo" y datación, coincidirán conmigo en que habrá que restituir la honorabilidad científica del Dr. Gibert, y superar la timidez del alcalde orceño en defensa de un "hijo adoptivo" de su pueblo. La mejor manera de hacerlo, en su memoria, sería retomando el debate de las hipótesis antropológicas que surcan las tierras de la hermosa altiplanicie del norte de la provincia. Habría que invitar a todos los que tengan algo que decir, para que lo digan, pero con pruebas, no sin ellas. Es necesario que los científicos puedan continuar con el trabajo de campo comenzado hace ya 28 años y encuentren pruebas que argumenten su tesis. No sólo lo agradecerá la comunidad científica, sino que lo bendeciríamos todos los granadinos y andaluces. Y, con Atapuerca al lado -ni delante ni enfrente-, Orce sería uno de los yacimientos de referencia en España.

Lo expeditivo en estos casos no sólo es decir que no por encargo, sin más audiencia pública que el eco de la voz rotunda y cabreada de un delegado provincial con poco peso y poca voluntad de ayudar. Lo valiente sería permitir la continuación de la investigación, aplicando el método, para que una hipótesis se contradiga con otra. Esa sería la formalización de la lógica. Eso sería establecer la equidistancia entre el gestor público y el científico que pretende esclarecernos el pasado.

Pero si el político que ha de autorizar el gasto toma partido en el debate científico, por la vía de la afinidad militante y como consecuencia del infame peloteo del adulador de turno, se estará pervirtiendo el objetivo de neutralidad en el gasto público, que es dinero de todos, y despreciando, con empírica vileza, el objetivo de la ciencia.

El potencial de Orce, y especialmente el de Venta Micena, o todavía no se lo creen en Sevilla, o Benzal no sabe explicarlo con la suficiente convicción a sus jefes. Aunque si la militancia es contra Josep Gibert, en pelea banal y absurda, por lo que supuso y supondrá como referente antropológico, estarán haciendo un flaco favor a la ciencia, y, especialmente, a la sociedad a la que dicen servir.

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