Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Renqueando que es gerundio

GRANADA tiene sus tres virtudes teologales que también son, depende de cómo vaya el día, sus tres pejigueras primarias. De la misma manera que en el mundo hay hay tres cerditos, tres mosqueteros, tres gracias e incluso hubo tres sudamericanos (además de los tres tenores y los tres monos místicos del Japón) Granada vive transida por tres dimensiones que a la vez son las tres cabezas de su can Cerbero. Con una salvedad: las tres personas del verbo son cuatro, como en el misterio de la Santísima Trinidad, a saber: la A-7, el AVE, el Metro y el Centro Lorca. De cómo le vaya a ese trío acuartetado depende el humor de cada día.

Por fortuna no existe la coincidencia ansoluta, de modo que cuando se atasca el Metro viene el ministro y empuja el AVE; cuando se atora un tramo de la A-7 los obreros del metropolitano completan un túnel dificilísimo; cuando los albañiles huyen del edificio de la Plaza de la Romanilla porque no les pagan, el Gobierno licita cuarto y mitad de tramo en Loja. O cuando se retrasan las licitaciones de la alta velocidad se despeja el futuro del segmento viario de Carchuna. Las variaciones son casi infinitas. Basta leer los periódicos de los ultimos años para comprobar con qué sutil fluctuación esos cuatro misterios esenciales sostienen el cojitranco futuro de Granada. ¡Con qué movimiento de inestabilidad, con qué perpetua destemplanza oscila el porvenir inmediato de la provincia! He dicho esperanza y no lo he escrito en balde, pues el caminar de Granada hacia su destino promisorio se parece, en efecto, al trotecillo vacilante de los pasos de Semana Santa. ¡Al cielo con ella!

Ayer fue una jornada ejemplar para comprobar la autenticidad de la tesis de las tres gracias (que son cuatro). Mientras las obras del centro Lorca continúan, como se suele Cdecir, muertas de risas esperando un milagro improbable, el ministro Blanco oficiaba su particular Te Deum sobre los tramos en construcción de AVE en Loja. Después de bendecir los raíles, el ministro de Fomento, arropado por una tupida cohorte de monaguillos y alzacolas, se encaminó hacia la futura entradade la alta velocidad en la capital. Allí santificó las obras, dio la absolución al alcalde (que aceptó entrevistarse al borde del término municipal, como en los antiguos cuadros de las capitulaciones pero sin lanzas), recosió las promesas deshilachadas y se despidió hasta otro día. Abur, ministro, hasta el próximo tropiezo o hasta la próxima santificación.

Gracias a la visita de Blanco, Granada puede caminar hoy apoyándose en su lado bueno (la alta velocidad y la marcha apacible de las obras de la A-7)) pero renqueando del malo, las dudas sobre financiacióndel Metro y el anacoluto del Centro Lorca.

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