Cultura

Fresco homenaje a los maestros

El espejo en que me miro. Cante: David Lagos. Guitarra: Alfredo Lagos. Palmas: Carlos Grilo, Lúa. Percusión: Perico Navarro. Lugar: Teatro Alameda. Fecha: Domingo, 19 de septiembre. Aforo: Algo más de media entrada.

El sonido fue excelente, y eso ya es noticia. El primer gran recital de cante clásico de lo que llevamos de una Bienal dedicada a la voz. El sonido excelente, no sólo al nivel técnico sino también por el empaste del grupo, que desplegó un enorme talento toda la noche, sobriedad en los estilos graves y una gran empatía y energía en los cantes festeros. Eso sí, este recital del cante se programó a las 23:00 y, con todo el papel vendido en teoría, en la práctica apenas estaba lleno más de la mitad del teatro.

David Lagos ofreció un muy solvente recital de una hora con sonidos tradicionales y contemporáneos, volcados en un formato clásico pero con un estilo cantaor de hoy. Sonaron ecos de Chacón por malagueñas, de los alfareros trianeros por soleá y también se remozaron sones de La Paquera por bulerías o Chano Lobato, por alegrías. Incluso fórmulas de hoy como los tangos morentianos o la primera malagueña, una melodía firmada por el propio David Lagos pero que no desentonó en absoluto con una de las melodías, la más solemne, de Chacón, por este palo. Lo que sonó más apolillado para mi gusto fue la milonga-zambra-cuplé de El Sevillano titulada Sólo la guitarra sabe, una de esas llamadas 'creaciones personales que tan populares fueron en los 30-40 pero que hoy nos suenan muy pasadas de moda.

La guitarra de Alfredo Lagos me pareció esta noche más precisa que nunca, muy atento a la voz, con inteligentes por efectivos arreglos en los cantes tradicionales, como en la soleá, y retumbante y frenético, como debe ser, por fiesta.

Un homenaje de una voz joven a los maestros, sus maestros en este arte, el espejo en que se mira, en que nos miramos. Pero un homenaje fresco, alejado de cualquier tentación museística, en donde David sabe revivir a los genios del pasado para hacerlos suyos, personales, al pasarlos por su tamiz.

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