Bienal de Flamenco

Tiovivo, circa 1950

Entre el labio y el beso. Segundo Falcón y Paco Jarana. Cante: Segundo Falcón. Guitarra: Paco Jarana. Percusión: Antonio Coronel. Baile: Úrsula López, Moisés Navarro. Palmas y coros: Los Mellis: Manuel Jesú Montes, Antonio Lucas Montes. Orquesta Bética de Sevilla. Director: Michael Thomas. Arreglos y orquestación: Jesús Cayuela. Diseño de iluminación: José Chaves. Proyecciones: José Sánchez Montes. Ático 7. Letras: Agustín Lara, Horacio García. Adaptación de las letras: Segundo Falcón. Coreografía: Eva Yerbabuena. Dirección musical: Paco Jarana. Creación y dirección: Segundo Falcón, Paco Jarana. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Miércoles, 19 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

La tradición la inició Manuel Vallejo. Consite ésta en interpretar canciones populares, particularmente boleros, con el compás y la dicción flamenca. Los vehículos tradicionales de este trasvase musical fueron las bulerías, las tangos y las alegrías, igual que en el recital de anoche. El compás y la dicción flamenca aportan expresión, pellizco, al traer cantos, edulcorados muchos de ellos en su origen, al territorio del "cante del sentimiento" como se le llamó al flamenco en sus orígenes.

Todo lo contrario de esta tradición fue lo que pudimos contemplar y escuchar anoche sobre las tablas del Lope de Vega. Si muchas de las canciones de Agustín Lara son edulcoradas en su origen, las versiones de Segundo Falcón les imprimieron una dosis extra de almíbar. No sólo por los arreglos de Jesús Cayuela, puro azúcar como en este músico es habitual. Un azúcar, el de Cayuela, que no casa mal con la copla o la sevillana, pero que en el flamenco no tiene lugar de ser. También la interpretación del cantaor sevillano fue adocenada y narcotizante. Las composiciones perdieron de esta manera su espíritu original sin encontrar tampoco su terreno en lo jondo. Las canciones de Lara Arráncame la vida, Aventurera, Solamene una vez, Noche de ronda y el popular chotis Madrid, símbolo de la España de los 50, se interpretaron respetando su melodía original, aunque metida a ritmo de bulerías o alegrías. Otras piezas, como la que da título al espectáculo, son textos nuevos escritos para esta obra por Horacio García, inspirados también en Agustín Lara, que se cantan con las melodías tradionales jondas. Era una estampa de otro tiempo: me recordó los espectáculos de Valderrama en donde el flamenco ocupaba su pequeño espacio al lado del bolero, los recitados y los amables apuntes dramáticos, el de anoche relacionado con el humo de un pitillo. Espectáculos de variedades, amables, para un público, el de posguerra, que no tenía cuerpo para la seguriya y la soleá, porque bastante drama había ya en casa. Música narcotizante para espíritus alicaidos, para tiempos grises y de racionamientos que ya, o todavía, no son los nuestros. Una estampa que no es la nuestra, hombres y mujeres de 2012. Una estampa de unos años 50 que creíamos superados, o que aún no habíamos llegado a ellos.

Los arreglos de Paco Jarana se adaptaron al estilo del cante y perdieron la fluidez y energía que en este tocaor son habituales, rasgos que apenas aparecieron en algunas fases del espectáculo.

El punto de frescura lo puso el baile. Úrsula López austera pero locuaz, poderosa, estilizada y radiante, se hizo la dueña de la escena en sombras. Y el malagueño Moisés Navarro, un brote de intensidad, chispa y frescura, con chaquetilla y castañuelas, todo tensión, nervio, vida, deseo. La viñeta final, con ambos intérpretes mostrándose y ocultándose detrás del mantón, muy hermosa.

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