Crítica '¿Y si vivimos todos juntos?'

Champán sobre ataúdes rosas

¿Y si vivimos todos juntos? Comedia. Francia-Alemania 2011. 96 min. Dirección: Stéphane Robelin. Intérpretes: Guy Bedos, Daniel Brühl, Geraldine Chaplin, Jane Fonda.

La canción delatora denuncia a la película desde el principio. Vejez, soledad, enfermedad y lucha vecinal -incluyendo una carga policial- no pueden alternarse desde los títulos de crédito con una cancioncilla mema. No porque esos temas no puedan tratarse en clave de comedia, sino porque la comedia es un tratamiento cómico de lo serio, irrespetuoso de lo digno o amable de lo áspero: pero no un anuncio para pérdidas de orina, publicidad de un tanatorio o promoción de una urbanización para la tercera edad. Es decir, la comedia -por lo menos la buena comedia- no deja en suspenso la inteligencia, la afila; no vende felicidad falseando la realidad, la estiliza como en una caricatura de perfiles unas veces amable y otras hiriente.

Justo lo contrario de lo que hace Stéphane Robelin en esta comedia demasiado falsamente amable y demasiado políticamente correcta hasta en sus calculadas incorrecciones. Lo sabemos desde el principio gracias a esa cancioncilla delatora, que actúa como la pieza de Grieg que denuncia a Peter Lorre en M de Lang.

Un grupo de acomodados amigos más bien gilipollas -algunos fueron jóvenes del 68 y la gilipollez no la curan los años, más bien la acentúan- y las esposas de dos de ellos (más prácticas, inteligentes, realistas, valientes y mejor conservadas: la discriminación positiva) deciden vivir juntos para evitar la soledad y para afrontar solidariamente la enfermedad, la dependencia y la muerte, evitando así acabar en un asilo.

Los tópicos y la cursilería son cruelmente invocados. Hasta el extremo despiadado de los bailes de salón. O del entierro con fuente de champán y ataúd rosa. La riqueza se vuelve contra los protagonistas. El drama de la vejez -en el caso de que fuera un drama y no el reverso molesto de la ansiada longevidad- queda en menos bañado en champán y vinos caros, entretenido con chacinas de primera y encerrado en asilos que son lujosos chateaux. Los ricos también lloran, ya. Pero sus lágrimas nos importan menos. Así de débil es la naturaleza humana.

Los intérpretes están correctos, especialmente Pierre Richard, la Fonda y la Chaplin. Si tuviera más verdad humana y exhibiera una sonrisa menos forzada y publicitaria; si esta rebeldía anciana tuviera más autenticidad y volara en alas de canciones de vino y compadres de Georges Brassens… Bueno, entonces sería otra película. En media hora del programa de tarde de Juan y Medio hay más verdad sobre la vejez que en todo el metraje de esta tontería achampañada.

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