Crítica 'Abraham Lincoln, cazador de vampiros'

Memez retroactiva

Abraham Lincoln, cazador de vampiros. EEUU, 2012, Fantasía, terror, suspense. 105 min. Dirección: Timur Bekmambetov. . Intérpretes: Benjamin Walker, Dominic Cooper, Anthony Mackie, Mary Elizabeth Winstead, Mary Todd Lincoln.

Los tiempos chicos parecen empeñados en achicarlo todo a su medida. Los tiempos tontos parecen obsesionados en reducir a tontería no sólo el presente, sino el pasado. Es una operación de jibarización que parece encontrar intolerable que no exista más medida que la suya. Algo muy frecuente en estos tiempos más bien chicos y tontos en lo que al cine se refiere. El escritor, guionista y productor Seth Grahame-Smith es un buen ejemplo. El éxito le ha venido de la mano de sus novelas Orgullo, prejuicio y zombies y Abraham Lincoln, cazador de vampiros. Jane Austen y Abraham Lincoln dando vueltas en la pista del peor circo actual.

El cine, faltaría más, se ha abalanzado sobre estos dos libros de ventas millonarias. El decaído Tim Burton, que fichó a Grahame-Simith como guionista de su fallida Dark Shadows, ha producido la adaptación de su última novela y confiado su dirección al director ruso kazajistano Timur Bekmambetov (que lo mismo podía ser de Chipiona, de Odessa o Wisconsin, dado su estilo estúpida y ruidosamente global). El resultado es una estrepitosa memez sacudida por un alucinado montaje de breves descargas eléctricas, sobrecargada de efectos especiales y penosamente deudora de los peor que hoy se produce para consumo de adolescentes.

Con tan escaso vocabulario cinematográfico se hace imposible la empresa disparatada de convertir a Lincoln en una especie de Van Helsing -el enemigo de Drácula- que maneja el hacha como un ídem, con la Casa Blanca como base y la Guerra de Secesión como escenario de una lucha monumental entre cazavampiros abolicionistas nordistas y vampiros esclavistas sudistas. Enfrentamiento que empezó cuando mamá Lincoln fue atacada por un vampiro durante la infancia del futuro presidente. Y que aún, por lo visto, no ha acabado.

Una propuesta tan estúpidamente absurda hubiera podido ser divertida en otras manos más dadas a la ironía y la fantasía que las de este mostrenco ruso de grandilocuente (ruidoso) estilo visual esclavo del videoclip, el videojuego, los efectos post-Matrix, las películas de artes marciales y todo lo peor del cine comercial americano/global de efectos digitales. Su estilo, más que tosco, es grosero. Ni tan siquiera la larga (y supongo que costosa) secuencia del tren logra el efecto espectacular que busca.

Esta peliculucha podría tomarse por un símbolo (menor, desde luego) del fracaso soviético, como si fuera una gigantesca M amarilla de hamburguesería alzada en el Kremlin o la momia de Lenin interpretando una película de zombis en la que le perseguiría Trotsky con el piolet clavado en la cabeza. Un símbolo triple, más bien: del hundimiento del cine comercial americano, la servidumbre con respecto a él del cine europeo con pretensiones de triunfar ante un público globalmente memo y el fracaso del proyecto soviético que ha desembocado en un basto capitalismo extremo que esta película hollywoodiense representaría perfectamente por su estruendoso lujo hortera.

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