Crítica de Cine

Pisar el acelerador, quemar el iPod

Ansel Elgort interpreta la cinta.

Ansel Elgort interpreta la cinta. / d.s.

Edgar Wright demostró pronto haber asimilado la escritura posmoderna, iconoclasta y gamberra para torcer y parodiar los géneros populares (Zombies party, Arma fatal) al ritmo de los tiempos y en territorio netamente británico. Bienvenidos al fin del mundo coqueteaba con el Apocalipsis a ras de pub con menor fortuna y Scott Pilgrim contra el mundo adaptaba el cómic homónimo de Brian Lee O'Malley con renovado espíritu lúdico en su reivindicación de la adolescencia diferente como territorio eterno para la comedia romántica generacional.

Cuatro años después, Baby driver se traslada de nuevo a Estados Unidos y su paisaje urbano de diners de neón y scalextrics urbanos para asumir el cine de robos y coches setentero y un nuevo despertar post-adolescente desde una portentosa maquinaria de ritmo y montaje marcados por una apabullante banda sonora (Queen, Jon Spencer, Jonathan Richman, Beach Boys, Carla Thomas, The Damned, Sam & Dave, Barry White, Kid Koala…) que escupe un hit tras otro para articular ella solita los mejores momentos de esta película: a saber, el intento de aplicar una nueva coreografía audiovisual a los viejos esquemas del golpe y la huida a toda pastilla desde un interiorizado iPod en modo shuffle que sirve a nuestro protagonista (Elgort) no sólo como un escudo de protección contra los acúfenos, sino como verdadero refugio sentimental y retro para ver el mundo con los ojos de la nostalgia (por la madre perdida) y ese primer gran amor que todo lo activa y posibilita.

Baby driver es, por tanto, una suerte de musical de acción, atracos y persecuciones astutamente orquestado y coreografiado por un Wright especialmente virtuoso en un puñado de set pieces y que consigue casi siempre mantener en marcha el motor de un artefacto fast and furious atenuado por las referencias pop, el recuerdo vivo de lo analógico y el despliegue de personajes e intérpretes (Spacey, Hamm, Foxx) siempre en la justa medida de su carácter paródico y cartoonesco.

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