Crítica de Cine

En el diván de las decepciones

Fotograma de la cinta rumana, preseleccionada por la EFA a los galardones del cine europeo.

Fotograma de la cinta rumana, preseleccionada por la EFA a los galardones del cine europeo. / d.s.

Oso de Plata en el pasado festival de Berlín, el cuarto largometraje del rumano Calin Peter Netzer (María, Medalla de honor, Madre e hijo) se instala de lleno en ese gran tema del cine moderno que es la crisis de la pareja (burguesa), también en el psicoanálisis como estructura, en este caso explícita, para desentrañar en varios tiempos, capas y niveles el nacimiento, el deterioro y la muerte de una relación observada desde la distancia del terapeuta aunque posicionada desde la perspectiva subjetiva (incluso onírica) del hombre.

Tumbado en el diván, Toma (Mircea Postelnicu) rememora episodios clave de su relación adictiva y asendereada con Ana (Diana Cavallioti), una joven con problemas de ansiedad y depresión. Peter Netzer les hace recorrer en zigzag, sin un orden cronológico preciso o identificable, las distintas fases y momentos clave de una historia de diez años que pronto sabremos finiquitada, expuesta aquí a un auténtico y doloroso proceso de revelación a través de un formidable ejercicio de narración elíptica.

El estilo documental y fluido, con la cámara siempre cerca de los cuerpos, en la estela de la escuela rumana, contribuye a que estos saltos temporales den forma y estructura conceptual a la propuesta y, sobre todo, consigue derribar toda resistencia a la identificación con los personajes y las situaciones a pesar de la estructura.

De paso, aunque no lo pretenda directamente, Ana, mon amour puede verse también como una suerte de psicoanálisis de la sociedad rumana en su conjunto, o al menos de la institución familiar como núcleo, en su transferencia de roles y comportamientos de padres a hijos a pesar de los cambios generacionales y políticos. De alguna forma, en su apunte hacia la herencia psicogenética como lastre de los personajes, la película bien pudiera entenderse como un ajuste de cuentas sobre la falta de madurez de un país al que aún le quedan muchas heridas por cicatrizar en su nuevo rumbo.

Pero no es eso lo más importante ni lo más sobresaliente. Ana, mon amour calibra con inteligencia ese espacio oculto y opaco del personaje femenino, guardándose de estigmatizar o juzgar unos comportamientos complejos que, a la vista de los acontecimientos finales, se revelan como ese nudo necesario previo a la liberación y la catarsis.

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