Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

La Sanidad Pública arrastra síntomas preocupantes que la mantienen en Observación. Sanitarios y usuarios comparten el mismo diagnóstico. El principal problema es la falta de personal a raíz de los recortes. Los hospitales están colapsados y no de manera puntual, como defiende la Administración, sino los 365 días del año. Presentan síntomas claros de agotamiento porque la atención primaria y las consultas de especialidades no dan abasto. Así, si un enfermo se acerca a pedir cita a su médico de cabecera y se la dan para dentro de una semana, lo lógico es que se dirija al hospital. Estos facultativos tienen un cupo tan amplio que tampoco pueden visitar a los pacientes que no se pueden desplazar, por lo que ellos mismos les invitan a pasarse por el hospital. Algo parecido ocurre con los especialistas, que no logran reducir las listas de espera y por lo tanto también acabamos en Urgencias cuando acudimos al traumatólogo y nos citan con suerte para dentro de tres meses.

El estrés entre los profesionales es tan latente, que a menudo se intercambian los papeles y es el paciente el que pregunta al personal si se encuentra bien. Si los sanitarios además de atender los casos de urgencia y las emergencias, se tienen que ocupar de gran parte de la población en general, es normal que la ansiedad se presente. Por más que corran, la espera se hace eterna y los usuarios -cada vez más impacientes- se desesperan. Aquí es donde aparecen los gritos e insultos. La crisis obligó a adoptar soluciones drásticas y ya no se cubren ni las bajas, ni las vacaciones, ni las reducciones de jornada, ni las jubilaciones como antes. El SAS creyó encontrar un remedio cuando quiso mejorar la gestión con el complemento de productividad a modo de incentivo, pero no parece servir de mucho. El afán por reducir el gasto ha llevado a algunos jefes de servicio a ver con naturalidad lo que antes era impensable, que no se contrate en casos de libro. Esta obsesión por el ahorro, al tiempo, está ligada al aumento de altas precoces. Cada vez se registran más y es debido también a la falta de camas. Tal vez si la suma de las productividades se destinara a contratar personal, la gestión sería más eficiente. Pero hasta dar con la tecla, es inevitable que la pescadilla se muerda la cola. Ya no es extraño que enfermos que reciben el alta por la mañana regresen por la tarde al encontrarse mal, por lo que vuelta a empezar mientras la factura se dispara.

A todo esto podemos añadir que la población es más insensible que nunca: como yo lo pago, llamo a la ambulancia en lugar de pedir un taxi para acercar a un amigo al hospital, aunque se trate de un asunto menor. Poco importa que los recursos sean limitados y así nos va. Entretanto, los políticos quieren resolver el problema por la vía rápida y siempre encuentran justificaciones a la carta -y cuando no las encuentran, las fabrican- cuando hasta sus conciencias les obligan a admitir su culpa. Hasta ahora, o bien le cargan el muerto a otros o directamente niegan la mayor. La falta de recursos humanos y técnicos parece invisible. Y por más que los diablos se lleven su conciencia, los gerifaltes de la Administración nos dicen que ni siquiera existe aquello de lo que se habla. Están tan acostumbrados a retorcer los argumentos que al final se llegan a creer que el SAS está sano como un roble. Cuanto mayor es el agujero y más honda la impotencia, más tranquilos se muestran. La sanidad pública sigue siendo la envidia en países de nuestro entorno, pero no han de mirar hacia otro lado cuando parece incurablemente enferma y suplica reanimación.

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