De libros

La Historia como ficción

  • 'El deseo de lo único'. Marcel Schwob. Trad. Cristian Crusat y Rocío Rosa. Páginas de espuma. Madrid, 2012. 312 págs. 21 euros.

No cabe entender al Borges de la Historia universal de la infamia sin las Vidas imaginarias de Schwob; tampoco sin los cuentos de Lugones y El Heresiarca & Cía. de Apollinaire. En todos ellos, la Historia está tomada como ficción, como un barro inagotable y dúctil del que emerge, no la verdad, sino el refinado espectro lo verosímil. El precedente inmediato de este tipo de literatura es el Gaspard de la nuit de Aloysius Bertrand, publicado en 1842, y cuyo influjo en Baudelaire es, por otra parte, innegable. No obstante, será la Ciencia nueva de Vico (1725) la que abra esa vía de escrutinio, de conocimiento, de especulación, cuya lente va dirigida hacia el pasado.

Para Vico, el utensilio del historiador no es la razón, sino la capacidad imaginativa. Sin ella, la Historia es sólo una vasta acumulación de nombres célebres y de materia muerta. Un historiador imaginativo, sin embargo, apoyado en la erudición y el raciocinio, será capaz de revivir las épocas pretéritas y el modo en que los hombres habitaron el mundo. No otra cosa formula Marcel Schowb en esta valiosa obra miscelánea. El deseo de lo único es, pues, la vocación, el destino del artista. Mientras la ciencia generaliza y promedia, el escritor individualiza, segrega, acota, hasta dar con aquello que define a un hombre. Bécquer hablaba del arqueólogo como artista; algo más tarde, Schwob establece el arte como una ordenada y febril arqueología. Se trata de dos aspectos de un mismo fenómeno de interpretación y búsqueda. Más que en sus Vidas imaginarias, Schwob sobresale por La cruzada de los niños. Ahí, es un medievo espiritual y crédulo, de inusitada barbarie, azotado por el viento del Apocalipsis, el que se nos revela. ¿Por qué esta mirada hacia el pasado, en cualquier caso? Según Schwob, el símbolo del siglo XV fue el Hijo Pródigo, pues en él se incluyeron tanto la redención como la itinerancia. El sino del XIX, sin embargo, es ya el de El Judío Errante; vale decir, de aquel que rechazó la salvación y ahora camina vano.

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