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Inflexiones del escritor crítico

  • El escritor neoyorquino Philip Lopate reúne sus textos sobre cine en un libro luminoso, emocionante y sustentado en una sinceridad a flor de piel.

El escritor Philip Lopate (Nueva York, 1943).

El escritor Philip Lopate (Nueva York, 1943).

Admirador de Manny Farber, influido por Andrew Sarris y gran conocedor de la esquinada Pauline Kael, a la que dedicó un jugoso artículo bio-analítico que aquí se recopila, Phillip Lopate pasa por rara avis dentro de la interesadamente estrecha cronología de la escritura cinematográfica norteamericana. Este experimentado escritor, apasionado espectador de cine desde aquella época -años 60- en que las revelaciones se amontonaban en las salas de arte y ensayo o en el Festival de Cine de Nueva York que por entonces inauguraban Vogel y Roud, siempre mantuvo las distancias con la profesión crítica, si bien esta abultada compilación de artículos y recensiones parece poner en duda su asumido amateurismo, o al menos suspenderlo mientras buscamos una etiqueta más apropiada.

¿Quién es Lopate? ¿Un no-crítico? ¿Un "crítico-aduana", como lo califica en su introducción Héctor Soto, declinando una variación de aquel passeur de Daney, alguien que sabe transmitir el gusto por el cine y ayuda a fijar la atención en los cineastas verdaderamente importantes? Algo de esto último hay, pero añadiéndole al buen paladar cinéfilo el placer por una escritura creativa que nos transmita el esfuerzo por contestar literariamente a ese (poco) cine que merece ser respondido como quien lo hace a una carta de amor. Así, como a muchos de estos textos se les adhiere una coda en la que Lopate, desde un presente indeterminado, los contextualiza y pone en perspectiva, aprendemos de ese explícito deseo por "otra crítica" -en concreto en su gran artículo Catorce koans de un levita sobre 'La última tentación de Cristo', de Scorsese-; una que, llevada por lo lúdico e incluso lo impertinente, pueda pensar fuera del tópico periodístico y académico.

Nacido en Nueva York en 1943, autor de novelas, ensayos y libros de poesía, Lopate respalda el prototipo de cinéfilo moderno que supo reverenciar a los clásicos y afilar el cuchillo del gusto en la piedra de un cine de autor europeo que estimulaba el contrabando de sensaciones directas entre la pantalla y lo real; intercambio inaugurado en los neorrealismos que siguieron a la catástrofe bélica mundial. Si la vida, para la secta cinéfila, era la continuación del cine por otros medios (vida, entonces, como diría Godard, que casi siempre se desenvuelve como una mala película), no extraña el sesgo confesional que ya protagoniza los primeros textos de Lopate, por entonces un jovenzuelo universitario entre iguales que "eran pálidos, tenían ojeras, narices afiladas listas para detectar la mala calidad y cuerpos que por momentos parecían subalimentados y por momentos rollizos, fruto de las apuradas delicias que comían antes de las proyecciones". Ya en esta inaugural etapa de fuertes deslumbramientos -Bresson, Visconti, Mizoguchi, Dreyer, Godard- se destapa una personalidad luminosa, que, en esta "edad heroica del espectador", se atrevía con apenas 20 años a defender con prosa esmerada su desilusión ante filmes de maestros admirados y consagrados como El ángel exterminador, Lola Montes, El proceso de Juana de Arco o Crónica de un ser vivo, sin que por ello bajara un ápice su estima por Buñuel, Ophüls, Bresson o Kurosawa.

Lopate vincula esta muy argumentada sinceridad a flor de piel, de la que no ha dejado de hacer gala, con la libertad que siempre le proporcionó el hecho de no estar atado profesionalmente a la crítica salvo en momentos puntuales. Sea o no esto cierto, ya que junto al tradicional crítico-baboso de plantilla nunca faltó el que, con mal gusto, no ha parado de ufanarse de decir o escribir lo que piensa, habría que añadir a la ecuación la madura disposición a entender los frágiles equilibrios entre arte e industria de la que hace gala el neoyorquino, quien supo salir de la ortodoxia cinéfila del auteur infalible gracias a la reflexión ante patinazos de, entre otros, Antonioni o Coppola: "Me llevó años darme cuenta de que la mayoría de los cineastas no son pensadores sistemáticos sino oportunistas artísticos".

Escritor claro y certero, optimista traductor en frases de lo que el cine puede dar a ver y a escuchar (la parte "del ruido", digamos, es la que peor lleva un hombre que, no obstante, sabe de esa otra película que siempre subyace bajo la narración), el humilde y sincero Lopate ha dejado sin duda artículos para la posteridad. Aquí se agavillan algunos, como aquella aventura frígida el día del estreno de Desesperación de Fassbinder en Nueva York, o los más sobrios dedicados a John Cassavetes, Visconti y, especialmente por su clarividencia y justeza, Naruse. Su buena disposición a encontrar un ángulo de escritura donde lo autobiográfico haga acto de presencia sin por ello acarrear embarazo o vergüenza ajena al lector, consigue que piezas dedicadas a la obra de personas a las que conoció muy bien, como el cineasta experimental Warren Sonbert o los ya mencionados críticos Kael y Sarris, también sobresalgan en su particular manera de contarnos emociones.

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