De libros

Vuelven los mitos

  • Veinte años después de la obra original, Carlos García Gual, nombrado académico de la RAE el pasado jueves, amplía su diccionario de relatos y figuras de resonancia simbólica y universal

El escritor, filólogo, helenista, editor y crítico Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943).

El escritor, filólogo, helenista, editor y crítico Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943). / bernabé cordón

Durante milenios, los mitos de la Hélade han permeado la cultura europea desde aquella giba de los dioses en el Monte Olimpo. Todos han sobrevivido al obcecado entretanto del tiempo.

Hoy por hoy intuimos cuál podría ser el talón de Aquiles de tal o cual adversario. Si tiramos del hilo de Ariadna sospechamos qué ocurriría. De abrir la caja de Pandora sabemos que saldrán afuera todos los males del mundo. Si uno se extravía en el abigarrado caserío de una ciudad ajena, se hallará perdido en un dédalo de callejas, aunque no recuerde en ese momento que fue Dédalo el constructor del laberinto de Cnosos. Cuando se desata un terror pánico en una población, es al enojo de Pan a quien se alude, por mucho que Pan fuera un dios pastoril, lúbrico y lascivo. Si se afirma que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, el Juan de Mairena de Antonio Machado no hace distingos entre el don nadie y aquel gran comandante en jefe de los aqueos enviados a la guerra de Troya.

Los griegos son mayoría, pero están aquí Merlín, Don Juan, Frankenstein o los Reyes Magos

Los mitos griegos han enriquecido el acervo popular. Pero no todos los mitos conocidos proceden en origen de las arterías y revuelos de unos dioses tornadizos. Hace veinte años Carlos García Gual incluyó en su Diccionario de mitos algunas entradas que, por entonces, pudieron parecernos algo atrevidas. Junto a Zeus, Pigmalión o la barca mortuoria de Caronte, aparecían citados como tales el mito de Carmen o el de Superman. Y ahora, a los veinte años de aquella primera edición, su autor añade nuevas entradas que ya no nos parecen tan dudosas o impropias.

En cualquier caso el mito es aquello "que se puede decir de muchas maneras" (como decía Aristóteles acerca del ser). No extraña, pues, que nos topemos con los nombres no ya de Don Quijote, el bíblico Moisés, Alejandro Magno o la diosa egipcia Isis, incluso los de Sherlock Holmes y Tarzán. "Mito -afirma el autor- es un relato tradicional que refiere la actuación memorable y paradigmática de unas figuras extraordinarias -héroes y dioses- en un tiempo prestigioso y esencial". Por eso no importa que Superman comparta mito con Ulises, ya sea a través de la fictica vertical de Metrópolis o sobre el azul salobre de quien navega sin llegar a Ítaca. Adicto a la mitología griega, Cesare Pavese añade que "un mito es siempre simbólico; por eso no tiene un significado unívoco, alegórico, sino que vive una vida encapsulada que, según el lugar y el humor que lo rodea, puede estallar en las más diversas y múltiples florescencias".

Sin duda los mitos de la antigua Grecia ocupan casi el total de entradas que recoge este Diccionario ahora revisado y ampliado para la ocasión. El lector olvidadizo o no muy despejado en mitología griega, se pondrá al día o apreciará con sumo gusto la capacidad sintética con que el autor evoca a la diosa del amor y la coyunda (Afrodita), la muerte del bello Adonis, la aventura de los Argonautas hacia las riquezas de la Cólquide, el secuestro de Europa por Zeus, etcétera.

García Gual refiere también los mitos literarios que han trascendido la propia obra escrita, caso de los que integran la saga artúrica o los relatos medievales sobre el santo Grial (Arturo, Lanzarote, Perceval). Quizá estemos de acuerdo en ver al Robinson Crusoe de Defoe, capitán de la superación individual, como lo que realmente fue, el héroe -no tan simpático- de los puritanos. No podía faltar, tampoco, el mito clásico de Frankenstein. Pero con todo y con ello -y de vuelta a la Hélade-, quizá no haya mayor mito literario que el de Ulises y la Odisea homérica, de quien hasta el caballero hidalgo Alonso Quijano, más que de Chrétien de Troyes, debe su imperecedera y errante estampa por los pagos de la Mancha.

Del Antiguo Testamento, esa "trama de horrores" de la que hablaba Simone Weil, se recogen como míticos al citado Moisés, Adán, Job o el mito de la danzante Salomé, bíblica acuñación de la mujer fatal. Y hay más mitos atrevidos, incluidos el del Mago Merlín, Don Juan y los Reyes Magos. Por todo ello, el de García Gual nos recuerda muy agradablemente a aquel otro personalísimo Diccionario filosófico de Fernando Savater, en el que se ofrecía un texto no erudito ni abstruso, sino una obra para ser leída con deleite.

Ya puestos, uno se pregunta si se echan en falta ciertos mitos, si sobrarían o no en otro censo que jubiloso celebrara, si no otros veinte años, sí al menos una aceptable década más. Así, mismamente, el mito de la torre de Babel, los jardines de Babilonia, Xanadú o el de la misma Constantinopla bizantina. O el mito en sí mismo de Jesucristo, el de Peter Pan como rebelión contra el mundo adulto, o el de la fatalidad sensual de Norma Jean (Marilyn Monroe). Cabría hablar incluso hoy del dios mítico que sobrevive, aunque patético, sobre la única religión del mundo que, como decía Galeano, no tiene ateos: el fútbol. Pese a todo, Diego Armando Maradona sigue siendo un mito asociado a otra esfera celeste.

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