De libros

La ciudad dorada

  • Jirí Weil firma en 'Mendelssohn en el tejado' una tragicomedia coral, de escritura sencilla y emocionante, sobre la Praga ocupada por los nazis.

MENDELSSOHN EN EL TEJADOJirí Weil. Trad. Diana Bass. Prólogo Philip Roth. Impedimenta. Madrid, 2016. 328 páginas. 22,50 euros.

Esta novela de Weil parte de una anécdota trivial, quizá humorística, cuyo desarrollo, no obstante, nos llevará a conocer el modo en que el Tercer Reich estableció su protectorado sobre Checoslovaquia y el inicio de la solución final, auspiciada por el Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, Reinhardt Heydrich. El hecho, no sabemos si apócrifo, es que cuando Heydrich mandó retirar una estatua de Mendelssohn que coronaba, junto con la de otros músicos, el Rudolfinum de Praga, los operarios no sabían distinguir la efigie del compositor judío y propusieron derribar la escultura de Wagner, cuya nariz, aquilina y prominente, les pareció mucho más semita que la del nieto de Moses Mendelssohn, célebre promotor de la Haskalá o Ilustración judía.

A partir de ahí, los implicados en este suceso ridículo y trivial irán componiendo un amplio cuadro de la ocupación nazi; y dentro de la ocupación, de las condiciones en que la población judía hubo de padecer la sevicia y el crimen instigados por el Reichsprotektor (Heydrich fue conocido como el Carnicero de Praga y la Bestia Rubia). Como parte de esas condiciones, es sabido que figuró la obligada colaboración del Consejo Judío en el sometimiento de la población hebrea y en el incesante expolio al que fue sometida. Y es en la descripción de ese protagonismo de los judíos en su propio exterminio, donde Weil escribe las páginas de más limpia y fatigada amargura. Unas páginas, por otra parte, y una amargura que suponemos de fuerte matiz autobiográfico, pues Weil trabajó en el Museo Judío de Praga durante la ocupación, hasta que se fugó fingiendo haberse arrojado al Moldava. Debe señalarse que Weil venía de padecer un periodo de reclusión en la Rusia comunista, lo cual explicaría ciertos pasajes, en exceso encomiásticos, del final del libro. Aun así, no es este posible carácter autobiográfico el que le otorga su calidad literaria a la novela, sino el modo ligero, inteligente, en taracea, con el que Weil expresa tanto el horror y la esperanza de los perseguidos, como los sólidos prejuicios en los que se asentó la política de sus persecutores.

Dice Roth en su prólogo, y dice bien, que la escritura de Weil es una escritura sencilla, de fácil y emocionante lectura. Lo cual es de inmediata comprobación por el lector y no exige mayores explicaciones. A pesar de ello, es necesaria una matización, que no afecta al cuerpo de lo mantenido por Roth, pero sí a los medios con los que esta sencillez se alcanza. Quiero decir que en la escritura de Weil los adjetivos son adjetivos precisos, muy meditados, que buscan un efecto de mayor elaboración si cabe. Desde la propia anécdota que da origen a la novela, el efecto de fondo, el tono en el que se sustenta la novela, es un tono humorístico. Un humorismo que acota y circunvala el inmenso drama que aquí se relata. Pero un humor, por eso mismo, que exige una contención, que implica una distancia, un impulso, una determinación, que excluyen la sencillez compositiva y revelan una compleja ideación, oculta por la pericia literaria. En este sentido, cabe suponer que Weil quiso escribir su novela al modo de una tragicomedia coral, que sólo en los episodios más dramáticos nos deja ver lo artificioso -vale decir, lo meritorio, lo refinado, lo complejo- de su empeño. En estos casos, concentrados al final de la obra, el hombre vence al escritor y la emoción y el dolor fluyen sin la intermediación, apenas, de la escritura.

Digamos, por último, que Mendelssohn en el tejado es también el retrato, la acuñación lieraria, de la ciudad de Praga. En algún pasaje de la novela, Albert Speer, el ministro de Industria del Reich Milenario, definirá a la ciudad como una "música petrificada", acudiendo a una imagen insistente de la época. Diez años antes, Focillon había hablado de la escultura románica como de un "sueño de la materia". Y unas décadas atrás, Ruskin llamará a los pilares catedralicios "paredes coaguladas". El propio embajador de Londres en Berlín, sir Nevil Henderson, definió la nocturna luminaria de Nuremberg, la "arquitectura de la luz" obrada por Speer, como una "catedral de hielo". La Praga de Weil, en cualquier caso, era aquella Praga de los cafés, acogedora, tibia y jugendstil, anterior al sueño lineal de los racionalistas.

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