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El peatón del aire

  • Finkielkraut reflexiona en su nuevo ensayo sobre cuestiones de tan urgente actualidad como el islamismo, la laicidad o la asimilación de los inmigrantes.

El pensador y polemista francés Alain Finkielkraut (París, 1949).

El pensador y polemista francés Alain Finkielkraut (París, 1949).

En su anterior libro, La identidad desdichada, Alain Finkielkraut abordaba el problema de la educación en Francia (vinculado al islamismo creciente de ciertas zonas del país), y concluía que sólo una recuperación de la identidad francesa podría frenar dicho fenómeno, de creciente actualidad en nuestros días. Entonces dijimos que la identidad francesa no era esa Francia rural, y acaso inventada, que señalaba Finkielkraut, y sí una Francia garantista, laica, republicana, que se expresa en su obra de manera clara, y que deriva del pensamiento de Alain (recientemente editado por Eloy García en Tecnos) y su Tercera República. Hoy cabría añadir dos matizaciones, que se desprenden de la lectura de Lo único exacto, y cuya matización afecta al recto entendimiento de ambos libros: si por un lado la identidad a la que se refiere Finkielkraut no es una identidad que pudiéramos llamar nacionalista, sino cultural, vale decir histórica, vale decir fluctuante; por el otro hay que señalar que lo relatado por Finkielkraut, que lo señalado por él, si bien puede aplicarse a todo al ámbito europeo, es un fenómeno principalmente francés, y cuya magnitud no guarda relación alguna, por ejemplo, con España.

Señalado lo cual, y establecido que la identidad que reclama Finkielkraut no es una identidad rígida y esencialista, sino una comunidad cultural que engloba tanto la educación como las tradiciones y el ordenamiento jurídico, el problema que se aborda en Lo único exacto es el abuso de la referencia histórica a la hora de analizar la actualidad. Un abuso que se extiende en dos pliegues de la Historia y que opera, por tanto, en dos sentidos distintos: si por un lado la comparación histórica es una de las formas del ahistoricismo (la Historia nunca se repite, ni siquiera como farsa, como quería Marx), por el otro Finkielkraut se pregunta si el islamista radical y su víctima pueden llamarse, con propiedad, "contemporáneos". ¿Habitan el mismo mundo, la misma ondulación del tiempo, quienes viven inmersos en la Historia, como el ciudadano convencional, resultado de una prolija y trabajosa obra de civilización, y quienes duermen abrigados al calor asfixiante del mito, como los conjurados del Daesh?

Lo que, al cabo, se plantea Finkielkraut, al amparo de estos asuntos, de dolorosa actualidad, es la pertinencia de los conceptos, unos conceptos heredados, con los que estamos abordando un fenómeno nuevo. ¿Cabe seguir hablando de xenofobia, de anti-islamismo, cuando de lo que se trata es de que se respete, siquiera nominalmente, la vigencia de las leyes republicanas? ¿Cabe hablar de libertad y de respeto al Otro cuando el islamismo galo cuestiona y deplora la educación laica que recibe? ¿Cabe sostener una educación donde no se reconoce la jerarquía y la meritocracia, en la que se ignora el saber tradicional, y donde la función última es no estigmatizar al ignorante? Este es el problemático suelo desde el que parte Finkielkraut, y donde plantea un problema que no se reduce a un problema social o policial, sino a un profundo problema civilizatorio.

En cierto modo, lo que el autor formula aquí es un choque de civilizaciones, que no guarda relación alguna con aquel purismo protestante de Samuel Huntington, y sí con una defensa de la civilización, de un acervo común, que hasta ayer mismo se transmitía en las escuelas de la República (aquellas escuelas en las que Alain veía, con razón, la mayor oportunidad, la mejor vía de ascenso, para los desfavorecidos), y que hoy se ha visto sustituido por una suerte de grado cero de la cultura, destinada a no agraviar al rezagado, pero cuyo efecto más inmediato es el traslado de la educación al sector privado, y en consecuencia, la supresión de la antigua vía de ascenso habilitada por el sector público. En La rebelión de los ángeles, Finkielkraut llama al adolescente el "peatón del aire", por su obvia irresponsabilidad cívica, familiar y profesional, que opera al margen de los gravámenes y pesadumbres de lo real. Lo que se deduce de estas páginas, escritas bajo el signo de la inteligencia, pero también bajo la impresión de lo inevitable, es que la civilización occidental se ha añadido a esa peatonalización etérea, donde la realidad ha venido a sustituirse por una crasa y banalizada concepción de lo libertario, que ignora la obligación y ahoga lo diferente.

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