miguel ángel muñoz. escritor

"Me preocupa el suicidio colectivo al que nos hemos entregado"

  • El autor reflexiona sobre la violencia del mundo. "Vivimos un tiempo convulso en el que no sabemos enfrentarnos al mal", asegura el autor.

Miguel Ángel Muñoz, fotografiado en una visita reciente a Sevilla.

Miguel Ángel Muñoz, fotografiado en una visita reciente a Sevilla. / José Ángel García

Después de ser celebrado como uno de los mejores escritores de su generación gracias a libros como El síndrome Chéjov y Quédate donde estás, Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970) regresa ahora con Entre malvados (Páginas de Espuma), un volumen de cuentos sobre la maldad y la violencia que nos rodea que confirma la maestría de su autor. El almeriense dedica una mirada estremecida al mundo, lejos de lo maniqueo, sin efectismos, con imaginación y hondura, para colocar al lector un espejo certero en el que observar su tiempo.

-La cita de Charles Simic que abre el relato Somos los malvados ("Los maltratadores de niños llevaban / a su hijito a la iglesia los domingos") podría reflejar la complejidad que luega respira el libro. Ese relato se pregunta qué pasa con los acosadores del colegio.

-Hay un elemento que a mí me interesa mucho, y es que esos chicos que fueron maltratadores en la infancia, luego, en cierto modo, se curan: crecen y forman parte de nuestro entorno, y se convierten en policías o en tenderos. Ellos rehacen su vida, pero dejan la semilla de su maldad, de su violencia, en las víctimas. El acoso escolar es un tema importantísimo, y parece que con las últimas noticias se empieza a abordar de una manera seria. Cuando tratamos los problemas de la sociedad, siempre se habla de educación, pero nada se precisa en leyes concretas, en decisiones políticas. Yo quería explorar en ese cuento el círculo de la violencia. Me interesaba ponerlo al principio, como pórtico del libro, porque anticipa muchos de los temas que luego van a aparecer: cómo se perpetúa esa violencia a la que aludíamos; las relaciones entre padres e hijos o cómo la maldad se encarna a veces en las personas más inesperadas, en los niños.-Sobre las relaciones entre padres e hijos, una de las decisiones más radicales que tiene el libro es la de incluir a Rousseau y a Arthur Miller en un relato sobre asesinos en serie que se titula, nada menos, Los hijos de Manson.

-Es un cuento que en realidad son varios cuentos, y que tiene un estilo casi periodístico, de pequeña crónica. Era algo un tanto audaz, pero me atraía unir a unos escritores con unos asesinos en serie por un hilo común, la relación con los hijos. En el caso de Manson, tuvo hijos biológicos, pero su verdadera familia fue la que cometió los crímenes que le hicieron famoso. Rousseau se fue deshaciendo de sus hijos, que entregó al orfanato, y luego nos decía en sus libros cómo debíamos educar a los nuestros. Aquella decisión de abandonar a su descendencia quizás se pueda justificar porque eran otros tiempos, tiempos difíciles, pero lo intrigante es que en Las confesiones, que para mí es una obra cumbre de la literatura y un ejemplo de cómo la autobiografía es otra forma de mentira, Rousseau dedica al tema apenas dos fragmentos de un libro de 500 páginas, reduce cinco hijos a dos párrafos. Y luego está Arthur Miller, que apartó de su vida a un hijo con síndrome de Down para que nada le distrajera y pudiese triunfar en el mundo literario, y que consiguió su propósito precisamente con una obra que se llamaba Todos eran mis hijos. En Entre malvados he buscado esas paradojas azarosas, tan literarias. Por ejemplo, hay una anécdota en la historia de Polanski que apenas se conoce: cuando adolescente, mucho antes de que él perdiera a su mujer, estuvo a punto de morir a manos de otro asesino.

-En Aguantar el frío se describe un crudo interrogatorio policial. No ha querido que, en su libro, la brutalidad estuviese sólo al otro lado de la ley.

-Ese cuento, casi policiaco, tiene mucho que ver con la realidad, porque hay un hijo que participa en la iniciativa de rodear el Congreso y sufre un ataque policial, y por otra parte el padre está en medio de una investigación, en un momento muy delicado. Me interesaba una cuestión que a menudo es clave en los relatos policiacos: cómo los extremos se tocan, cómo la maldad se separa por una línea muy fina de las intenciones más nobles, como es la de perseguir el delito. No quería un libro maniqueo sobre la bondad y su contrario. Lo que cuenta Aguantar el frío es cómo la violencia puede aparecer precisamente en esos entornos donde debería ser reprimida y controlada. Ahí debe hacerse un trabajo social para que esas situaciones no se den.

-El yihadismo está muy presente en el libro. Los atentados del 11-M le inspiraron dos de los cuentos, y otra historia narra el secuestro de un periodista en Siria.

-Quería que, después de un tiempo sin escribir cuentos, se filtrara lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor. Quería una narrativa anclada en la realidad. El mundo ha cambiado muchísimo en estos años: no sabemos si se está creando un nuevo proyecto o vamos al caos más absoluto. Pienso que hay que tratar esto, que es importante que los lectores vean que los escritores intentamos hacer literatura con la vida, que seguimos reflexionando sobre lo que nos sucede. El libro está escrito desde esa perspectiva: la palabra compromiso está muy gastada, pero sí me gusta hablar de un acercamiento a la realidad. Los primeros cuentos que escribí del libro son los del 11-M y el último sobre el periodista secuestrado en Siria. Es como un círculo que se cierra, sobre un mundo convulso en el que el mal sigue apareciendo y no sabemos cómo enfrentarnos a él.

-Después de todos estos años investigando la maldad, ¿qué descubrimiento le ha provocado el mayor escalofrío?

-Para mí, lo más preocupante sería esta especie de suicidio colectivo al que estamos entregándonos. Que ganase Trump es simbólico de la dinámica en la que hemos entrado: el cuerpo social se ha desintegrado, hay una parte dominada por el miedo, estamos precipitándolo todo por el lado menos interesante. Más que la amenaza externa del yihadismo, que tendrá sus ciclos, me preocupa lo que estamos haciendo.

-A pesar de la dureza de los temas que trata, el conjunto contiene más humor del que se esperaría en un principio.

-Yo no soy un escritor de humor directo, pero me gusta mucho la ironía, el sarcasmo incluso. Es verdad que para entrar en la ironía hay que aceptar ciertos códigos. No todos los lectores entenderán el humor en un relato sobre un asesino en serie. Un lenguaje lleno de ironía puede atemperar esos temas duros que se tratan.

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