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Kuznetsova y la presión, vencedoras

La rusa Dinara Safina gritó, se culpó, reconoció que no tuvo agallas y cayó destrozada por la presión de ser la número uno del mundo y la obligación de ganar la final de Roland Garros para demostrar su condición, y eso, unido a la regularidad de su compatriota Svetlana Kuznetsova, pudo con ella.

Kuznetsova, mucho más tranquila, más elástica, sin tanta tensión, más regular, se impuso por 6-4 y 6-2 en 71 minutos en la segunda final femenina rusa en la historia de Roland Garros y logró el segundo Grand Slam de su carrera tras el Abierto de EE.UU. en 2004.

Sembró, además, las dudas en torno de Safina. No en vano, Sveta es la única jugadora que ha sido capaz de vencerla este año en la temporada de tierra batida, en la final de Stuttgart.

"¿Por qué, por qué soy tan gallina en este tipo de partidos?", le gritó Safina a su entrenador Zeljo Krajan, que observaba el encuentro desde la grada sin poder darle más consejos. Esa frase sirvió para demostrar como los nervios atenazaron a Safina en el último partido de sus dos semanas en París, donde sólo había cedido un set en siete encuentros y donde había mantenido una velocidad de crucero impresionante al perder únicamente cinco juegos en los cuatro primeros partidos.

Pero en la final no pudo mantener su presencia y Kuznetsova se mereció el título. Además rompió la racha de 16 victorias seguidas en tierra de Safina, y el lunes aparecerá quinta del mundo. Safina mantendrá su posición. Sólo ha cedido dos encuentros desde que se coronó número uno del mundo el 20 de abril de 2009, pero los dos contra su verdugo de ayer.

Safina, finalista este año en el Abierto de Australia, campeona en Roma y Madrid, no dio la talla en un compromiso como éste. Agarrotada por la presión y destrozada por los nervios, acabó el encuentro con su sexta doble falta, poniendo fin a un partido malo, lleno de fallos, y sólo emocionante por saber si Dinara sería capaz de apuntillar su condición de número uno con el título en su bolsillo.

Al encuentro le faltó emoción, pero es algo que sucede en París desde hace ya ocho años. Desde que Jennifer Capriati derrotó a Kim Cljisters en la final de 2001 en tres sets, todas las finales femeninas siguientes se han resuelto en dos mangas.

Las dos jugaron agazapadas en el fondo, y desde allí cometieron el mismo número de errores no forzados, 21. Así no era difícil esperar que el último punto fuera un fallo, que se tradujo en la sexta doble falta de la hermana de Marat cuando ya su cabeza estaba fuera del partido.

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