las consecuencias de la crisis Más de 600 compañías europeas apuestan por cambios drásticos en la gestión empresarial

Ni capitalismo ni comunismo

  • Christian Felber propone superar la economía de mercado o la planificación desde el Estado con el balance del bien común, que premia a las empresas más respetuosas con los grandes valores universales

Con casos como el de Bankia en España (o, anteriormente, los de AIG, Citibank o Lehman Brothers en EEUU), queda claro que el balance financiero no es una referencia especialmente fidedigna. El capitalismo, no obstante, ha convertido el beneficio y la retribución al accionista en las únicas marcas del éxito. Christian Felber (Salzburgo, 1972) lanzó en 2010 un yes we can alternativo a partir del debate seminal amasado por una veintena de empresas del movimiento Attac: la Economía del Bien Común, libro recién editado en España, donde las utilidades sustituyen a los valores de cambio (al dinero, vaya). El PIB, arguye Felber, no mide si un país está en guerra o en paz; si se trata de una democracia o una dictadura; si el consumo de recursos medioambientales crece; si las mujeres son discriminadas o los ciudadanos están estresados.

Bután es el único Estado del mundo que mide la Felicidad Nacional Bruta. Lo hace a través de encuestas a la población. Por desgracia, esta monarquía parlamentaria arrastra algunos defectillos: las mujeres no pueden votar y tanto el poder legislativo como el judicial están sometidos a la tutela más o menos descarada del rey. Los economistas afirman que la felicidad no se puede medir. Felber discrepa. Con unos veinte indicadores, el mundo tendría un mapa por naciones de la FNB. De momento, y a falta de concretar aquellos y éste, el austriaco, que acumula cuatro licenciaturas aunque ninguna sea la Ciencia Económica, se atreve con el más abarcable microcosmos empresarial. Y así nace el balance del bien común, que no es ninguna broma utópica: un centenar de compañías lo han asumido ya en España y más de 600 en toda Europa.

Advertencia: implantar un balance no significa renunciar al otro sino medir con un criterio diferente el éxito de una firma. En realidad, aquí nadie inventa la pólvora. Los cinco puntos cruciales de esta fórmula aparecen en la mayoría de las constituciones de corte occidental: dignidad humana, solidaridad, justicia, democracia y sostenibilidad medioambiental. Son los afectados (empleados, proveedores, clientes, competidores, asociaciones locales, naturaleza, generaciones futuras) quienes determinan el impacto de las actuaciones empresariales. El excel del bien común será pues una tabla con dos ejes (los valores y los afectados) y diecisiete intersecciones. Cada casilla da un máximo de puntos (ver gráfico), y los puntos tendrán consecuencias. Ésta es la versión para 2012, pero los testimonios de miles de empresas, particulares y organizaciones de todo tipo permitirán actualizar y pulir el barómetro hasta convertirlo (eso quieren) en un precepto constitucional.

El balance premiará, por ejemplo, a las firmas que repartan más justamente la carga de trabajo, a las que promuevan la igualdad, a las que desplieguen una política retributiva justa (el salario máximo nunca será veinte veces superior al mínimo). Aplaudirá la venta ética, la solidaridad entre copropietarios, la concepción ecológica de sus productos o servicios, la gestión honesta de las finanzas. Y castigará, por contra, el quebrantamiento de las normas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las adquisiciones hostiles, las actividades contaminantes o el oscurantismo del accionariado.

Ningún actor podrá lograr más de 1.000 puntos. Habrá cinco colores fácilmente identificables por los consumidores. Cada color, situado junto al código de barras del producto, dará a la gente una idea inmediata de las prácticas de la empresa en la que se fija: si las mujeres ganan lo mismo que los hombres o si el producto es local o importado. Felber y sus colegas de Attac dan entonces el paso decisivo: cuanto mayor sea la puntuación, mayores serán las ventajas. Una marca top conseguirá más ayudas públicas, pagará menos aranceles, firmará créditos bancarios en condiciones más favorables o tendrá prioridad en la adjudicación de contratos públicos.

"El balance financiero (...) no es realmente el objeto de la actividad empresarial. La finalidad del esfuerzo de las empresas, su compromiso social, se reproduce en el balance del bien común. El beneficio pasa de ser finalidad a convertirse en medio. La propuesta es que, puesto que los beneficios pueden ser útiles y dañinos, se deben diferenciar por el uso que se haga de ellos, y en algunos casos poner límites para reconducir por un camino más coherente los excesos del capitalismo", expone Felber. A una compañía se le permitirá reutilizar el superávit para: 1. Inversiones con valor social o ecológico añadido. 2. Provisiones para pérdidas, con dos condiciones: que estén limitadas a cinco años y a un pequeño porcentaje de la facturación; y que no se empleen para especular. 3. Aumento del capital propio. En cualquier caso, el endeudamiento de las empresas perderá dos de sus aspectos negativos: como el bien común tutela todos los créditos, no se efectuarán inversiones dañinas. Tampoco se crea una gran presión de crecimiento a través de intereses porque estos serán más reducidos. 4. Reparto a los colaboradores. Cuando un ejercicio haya sido mejor de lo esperado, quienes han permitido ese avance recibirán parte del beneficio. 5. Préstamos a socios. Se permitirá que quien quiera ayudar a otras empresas, clientes o proveedores pueda hacerlo a coste cero.

El superávit, en contraste, nunca podrá usarse para: 1. Repartir beneficios entre propietarios que no trabajen en la empresa. 2. Disociar poder y responsabilidad (separando a los propietarios con capacidad de decisión de los empleados). 3. Repartos injustos hasta la explotación (en 2010, siete de las 30 empresas del Dax alemán repartieron entre sus accionistas más dinero que los beneficios obtenidos el año anterior). 4. Crear empresas inútiles. 5. Concentraciones de poder.

"Hoy en día, los contribuyentes responden por los accionistas. Esto motiva la tendencia de las sociedades anónimas a una especial crueldad, falta de responsabilidad y menoscabo de la democracia". De acuerdo, Felber critica, pero también propone. Y ésa es ya una gran diferencia con la mayoría.

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