el poliedro

José Ignacio Rufino

La supuesta cobardía del dinero

La 'facilidad' del BCE y la protección de los depósitos son las claves del cambio de domicilio de los bancos catalanes Los españoles Sabadell y Caixabank trasladan su sede por una decisión táctica a corto plazo

Dicen que el dinero es cobarde y también dicen que de valientes están los cementerios llenos. Ambas cosas, como todos los dichos, son bastante verdad o resultan serlo en ciertas situaciones. Dejemos ahora a un lado si ha sido valentía lo que ha movido al muy diverso poder político de la autonomía de Cataluña a una situación horrible para ella misma y para toda España (traumatizada y en fase de recuperación, queremos pensar), esperemos que no letal ni mortal para los intereses comunes. Y aceptemos que, como suele decirse, la cobardía es un rasgo intrínseco del dinero. La decisión de dos empresas cuyo negocio es eso, el dinero, de dos bancos originariamente catalanes, Banco Sabadell y Caixabank, de cambiar su sede social de Barcelona a dos ciudades no catalanas, Alicante y Valencia, es básicamente temerosa. La supervivencia se basa, a la postre, en un instinto humano que se traslada a su esencia económica: no perder, no morir ante una situación amenazante. El dinero será o no cobarde, pero es racional, tanto en el caso de quien cambia su plan de pensiones o sus ahorros de una entidad señalada por su origen catalán a otra más a cubierto, como para sus estrategas máximos, que ven cómo su futuro se ve de pronto muy en entredicho.

Más allá del depositante o ahorrador, de su miedo o su ira ante el abuso, la decisión del Sabadell y de Caixabank es una cuestión de necesidad, imperiosa, de no morir de manera inmediata. La barra libre que el Banco Central Europeo (BCE) ofrece a toda entidad financiera institucional de la Unión Europea es el agua que a diario debe consumir para poder hacer su labor: financiar a particulares y a empresas a cambio de un margen, invertir con ganancia en los mercados financieros o de la economía real. Sin esa facilidad, se morirían de sed. Si la condición necesaria para acceder a esa materia prima de su negocio es pertenecer a un Estado miembro de la UE, la declaración unilateral de una República catalana dejaría fuera del soma a la entidad, convirtiéndola en un épsilon condenado a muerte, si utilizamos la terminología de Huxley en Un mundo feliz. Como esas dos entidades son también producto de las absorciones de bancos españoles fallidos, poseen licencias para trasladar su sede a las que fueron sede de aquéllas cajas o bancos quebrados que absorbieron sus núcleos duros. Y eso hace que la semana entrante, si se declarara -que va a ser que no-esa república sin base legal, se trasladen con urgencia a puertos seguros. Y mueven la sede formal, que no, de momento, sus servicios centrales y sus miles de empleados, incluidos los que cortaron, en el caso de la Caixa, la Avenida Diagonal esta semana, de manera irresponsable y narcisista.

También el supuesto miedo -la necesidad-mueve a estos dos bancos a no quedar desamparados por el Fondo de Garantía de Depósitos español, que garantiza a los cuentacorrentistas hasta 100.000 euros en caso de bancarrota de su banco (su banco, sí). El valor (capitalización bursátil) de cualquier banco se ve hecho fosfatina si la empresa cae en picado en bolsa. Una trágica pescadilla que se muerde la cola, pura entropía. Es una decisión, la de cambiar sus sedes, a la vez táctica -corto plazo- como estratégica -sobrevivir-. Pensemos, proponemos, en los miles de puestos de trabajo de estas entidades españolas, que lo son por el peso de sus actividades fuera de la pequeña Cataluña. En el servicio que nos dan aquí los particulares y, ojo, a las empresas que comenzaban -¡ay!, la solidaridad-a invertir y crear empleo con su indispensable ayuda. Pensemos más allá del legítimo dolor por el desprecio y, sí, el abuso de un magma político catalán enardecido e irracional. Nacionalista, vaya. Apostilla: la inmensa mayoría de los potenciales votantes… no votó.

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