Ricardo Menéndez Salmón · Escritor

"La idea de progreso es tal vez la más peligrosa"

"La idea de progreso es tal vez la más peligrosa"

"La idea de progreso es tal vez la más peligrosa" / E. D.

-En su último libro, el físico y matemático Roger Penrose afirma que el conocimiento del universo nos aproxima cada vez más a la fantasía. ¿En qué lugar deja eso al realismo literario?

-El realismo sería en todo caso una comarca de la fantasía. La fantasía necesitará sin remedio coordenadas traducibles a la experiencia humana, y mientras buscamos las nuevas habrá que seguir valiéndose de las antiguas. Se me hace difícil la idea de despojarnos de todo para entrar en un nuevo paradigma, prefiero pensar en una transición de un mundo al otro. Aunque los mapas que nos han traído hasta aquí se vuelvan inoperantes, no creo que sea buena idea eliminarlos sin más.

Cuando accedemos a un recuerdo, accedemos a una copia debilitada. Recordar es una forma de ficción"

-Entonces, ¿vale la pena darle más oportunidades al realismo del siglo XIX?

-Ese realismo no tiene sentido para hablar del mundo contemporáneo, pero sí como estrategia, como testimonio. Justamente estaba leyendo ahora Resurrección, de Tolstoi, que es fascinante por lo que cuenta, pero insoportable por cómo lo cuenta: es tediosa, reitera lo ya dicho, se exige repetirlo todo una y mil veces. Bien, aplicar esto a la narrativa del presente no serviría de nada, pero es lo que nos ha traído hasta aquí y por eso debe ser tenida en cuenta.

-¿La abultada reivindicación de la no ficción hoy en día es una cuestión de desconfianza hacia la ficción?

-Esa desconfianza ya tiene algún tiempo, empezó en los 70 con la crisis del gran relato. Entonces se impuso la idea de que el mundo era tan complejo que no cabía en los moldes narrativos que se habían ajustado hasta el momento. Pero William James decía que la memoria no es un pozo, sino el recuerdo de un recuerdo. Los recuerdos cambian porque nosotros cambiamos y porque cada vez que accedemos a un recuerdo accedemos a una copia debilitada, no al recuerdo original. De modo que recordar es en gran medida una forma de ficción. Por mi parte, en mis dos últimos libros me he reconciliado con la ficción y con el placer que entraña en la escritura.

-Pero el protagonista del último, Homo Lubitz, comparte un rasgo esencial en su literatura: el descubrimiento de que el tiempo y la ordenación de los acontecimientos en el mismo son sólo una ilusión.

-Sí, pero más que de tiempo yo hablaría de tiempos. En mi viaje a China me sorprendió cómo conviven allí distintos estratos de tiempo. Todavía es muy perceptible la coincidencia de estampas feudales, con tracción animal y humana, y de un mundo absolutamente contemporáneo. En un mismo territorio hay gente que vive en el año 1500 y quien vive en el 2200. A ojos de un escritor, que es alguien que se alimenta de la admiración ante la plasticidad del mundo, esto provoca un impacto enorme que tiene una consecuencia inevitable en su literatura. Y percibes que el tiempo no es una línea recta que entierra los tiempos pasados: todos sobreviven de alguna forma.

-¿Descarta eso, por tanto, la idea de progreso?

-La idea de progreso es una de las más peligrosas que ha alumbrado la especie humana, tal vez la más peligrosa. Y además, no se sostiene. Está claro que el progreso científico y tecnológico no ha traído una probidad que parecía cantada. La convicción en que el progreso es un fenómeno irreversible me parece, cuanto menos, discutible. La Filosofía de la Historia basada en la idea de progreso nos ha llevado a grandes tragedias, tal y como sostiene John Gray, que a su vez señala cómo el pensamiento de la Ilustración termina asumido por fuerzas transformadoras como el nazismo, el comunismo y hasta el nuevo milenarismo.

-¿Y en términos estéticos?

-Hay un libro que me sorprendió cuando era muy jovencito y que me acompaña desde entonces que es La estética de la resistencia de Peter Weiss, quien defiende aquí que el arte demuestra que la idea de progreso es fallida, ya que se mueve siempre en espiral. Las grandes vanguardias siempre han reparado en lo antiguo. Y cuando hablamos de literatura moderna, ¿dónde hay más vanguardia, en Perec o Laurence Sterne?

-Permita que sentemos en la misma mesa a Leibniz y a Philip K. Dick: ¿Vivimos en el mejor de los mundos posibles, o al menos los otros son bastante peores?

-Soy incapaz de imaginar otros mundos. Todos nacen a partir de éste.

-Pero la crítica suele considerarle un autor pesimista.

-Es que creo que mucha gente define como pesimismo la base realista de mi literatura. Mi obra nace de una clave muy concreta, que es el fracaso del proyecto de emancipación del siglo XX. Los últimos 120 años invitan al pesimismo, pero como una escuela de realismo, desde la que reflexionar. Me gusta la imagen del escritor como patólogo, incluso como un forense. Lo que yo intento es diagnosticar al sujeto contemporáneo.

-¿Y ha llegado a alguna conclusión?

-No. Pero pienso que estamos en un momento fascinante para los creadores. La realidad viaja a velocidad de crucero. Hay que estar muy atentos para comprender.

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