Entrevistas

"El torturador se encaprichó de mí, en agosto declaro contra él"

-¿Dónde nace?

-En Lima. Podía haber nacido en cualquier país de Suramérica, mis padres iban donde la lucha les llevaba. Eran estudiantes y tenían 24 años cuando desaparecen. A mi padre, Enrique Lucas López, uruguayo, lo asesinan el 19 de septiembre de 1976 en Cochabamba. Tres hombres contra todo un regimiento. Hicieron detonar una bombona de butano para que no cayera en malas manos documentación comprometida. Salvaron a mucha gente. A mi madre, Graciela Rutilo Artés, argentina, la detienen en abril de ese año por participar en una huelga minera en Oruro (Bolivia). Yo tenía diez meses y me llevan a un orfelinato.

-Todo esto lo puede contar gracias a su abuela.

-Se llama Matilde Artés Company, originaria de un pueblo de Almería, aunque nació en Argentina. Sus padres se conocen en la Casa Andaluza de Buenos Aires.

-¿Cuándo le pierde la pista a su madre?

-De Bolivia nos trasladan a Argentina en agosto de 1976. A un centro clandestino de detención, Automotores Orletti. Resultado del Plan Cóndor, coordinación represiva de todas las dictaduras del Cono Sur.

-Hija del amor y la lucha.

-Mis padres se conocieron en la universidad. Fui el proyecto de cinco hijos, los que pensaban tener. Formaban parte del Ejército de Liberación de Bolivia. Eran dos gotas de leche en el café. Mi padre rubio, ojos azules, 1,85 entre indios.

-¿Qué tiempo permaneció usted en ese centro?

-El único que lo sabe a ciencia cierta es el que me agarra. El torturador, el asesino, el agente del Ejército argentino Eduardo Alfredo Ruffo, que se encaprichó de mí y me inscribió como hija suya. Su mujer, Amanda Cordero de Ruffo, no podía tener hijos. Un año antes le habían vaciado el aparato reproductor. Tenían otro chico más, que desgraciadamente sigue con ellos y es totalmente afín. Los defiende a capa y espada y es imposible hablar con él. La diferencia es que a mí me buscaba mi abuela y a él no lo busca nadie.

-¿No padeció el síndrome de Estocolmo?

-Para nada. Toda mi infancia son malos recuerdos. Lo denuncié por abusos sexuales de los 3 a los 10 años.

-¿Cómo reaccionan ante la tenacidad de su abuela?

-Vivía en Bolivia cuando detienen a mi madre. Mi padre, antes de que lo maten, le hace saber que perdió a lo que más quería. Empecé a recibir señales externas de que me buscaban. Cuando mi abuela sale por televisión, dicen que es una vieja bruja que quiere sacarme la sangre.

-Su abuela es un personaje de novela...

-Cuando fue a ver al secretario del Vaticano, éste le preguntó que cómo era posible que de los cinco continentes se hubieran recibido denuncias del caso.

-¿Cómo consigue salir?

-Cuando llega Alfonsín a la presidencia en 1983, mi torturador se declara prófugo y un mes después a su familia. Cada mes cambiábamos de casa.

-Otra vida itinerante, pero bien distinta...

-Mis padres iban donde la lucha les llevaba; esta gente iba huyendo de la Justicia. Hasta que lo cogen en el departamento del Tigre.

-¿Cómo llega a España?

-Fue un tormento. Apareció el ex marido de mi abuela, el torturador pleiteaba aunque había perdido la batalla genética. Al final, en 1987, nos escapamos. En casa del periodista José Luis Martín Prieto estaban nuestras maletas. Él puso el coche para coger el ferry hasta Colonia (Uruguay). En Montevideo cogimos un avión a Madrid con escalas en Asunción y Sao Paulo. Venía con nosotras Vicente Romero, que hizo para Informe Semanal un reportaje, El alma de los verdugos, que se emitió el mismo día que llegamos a España.

-¿Ha vuelto a su país?

-Hace 23 años que no voy a Argentina. Tengo que a ir en agosto a declarar contra ese señor y otros cinco detenidos por el centro Automotores Orletti.

-¿Conoció a Sábato?

-Su nuera, Elena Sábato, me ayudó mucho.

-Del Mundial de Videla al de Mandela. ¡Qué cambio!

-El Mundial de 1978 y la guerra de las Malvinas fueron herramientas para desviar la atención. En el Mundial de fútbol era una niña. Había en Argentina 365 centros de detención clandestinos, más que en la época nazi.

-Ganaron el Mundial y perdieron la guerra...

-Los soldados no sabían ni limpiar un fusil.

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