HISTORIA

Al-Ándalus llora a sus epigrafistas

  • En España solo quedan cuatro personas expertas que se dedican a desentrañar el alma de al-Ándalus y dos están en universidades andaluzas.

  • Se trata de María Antonia Martínez Núñez, arabista de la Universidad de Málaga, y José Miguel Puerta Vílchez, profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada.

La arabista de la Universidad de Málaga María Antonia Martínez Núñez

La arabista de la Universidad de Málaga María Antonia Martínez Núñez / Javier Albiñana

La epigrafía que decora el salón de recepciones de Medina Azahara alude por primera vez al califa como el imán. Nunca antes los omeyas habían utilizado ese título. ¿Por qué entonces? Fundamentalmente para situar su estatus ante el imaginario colectivo a la misma altura de los fatimíes, contra los que luchaban en el Mediterráneo. Más allá de las pretensiones estéticas, la epigrafía jugó un papel propagandístico esencial del poder político en al-Ándalus. Desvelar sus significados ha permitido recomponer la historia, sus fechas, etapas, tendencias y ambiciones. Sin embargo, como disciplina científica languidece por falta de relevo generacional.

Su dificultad intrínseca se suma a la falta de oportunidades que ofrece la investigación a los jóvenes. El resultado es que en España solo quedan cuatro expertos que se dedican a desentrañar el alma de al-Ándalus tallada en la piedra de sus palacios, cementerios y monumentos: José Miguel Puerta Vílchez, profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada y experto en la epigrafía de la Alhambra aunque desde la perspectiva artística, Carme Torres y Ana Labarta, catedráticas del área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Valencia, y María Antonia Martínez Núñez, profesora de la Universidad de Málaga.

María Antonia Martínez reconoce que esta disciplina siempre ha sido muy minoritaria por su dificultad. "La epigrafía lapidaria es muy difícil de leer", puntualiza. El sistema gráfico cúfico del árabe clásico solo utiliza 17 grafemas, frente a los 28 del árabe utilitario, "un grafema puede corresponder hasta a seis fonemas, y además no siempre se escribe igual". Cada dinastía, incluso cada monarca tenía su propia grafía, convertida, por tanto, en un elemento de distinción de cada época y de complejidad para los expertos. El resultado es que "te mandan una inscripción y la puedes leer o no. Puede que veas enseguida su significado o pasar muchísimo tiempo intentado averiguar qué dice y no lo consigas".

Ese carácter minoritario se ha reforzado, además, por el hecho de que en España tampoco existe una línea formativa clara en las universidades. Los arabistas que saben leer las epigrafías de al-Ándalus en gran medida se han formado de manera autodidacta.

A todos estos obstáculos se suma ahora la falta de oportunidades que las universidades y centros de investigación tienen para los jóvenes. "No se les puede ofrecer nada", concluye María Antonia Martínez. El resultado de estos dos factores es una inquietante falta de relevo generacional. Las tres profesoras que investigan esta área en España desde una perspectiva histórica, política e ideológica se jubilarán a medio plazo y no hay garantías de que la disciplina, que necesariamente se tiene que liderar desde España, tenga continuidad.

Martínez Núñez alerta de la desaparición de la epigrafía como disciplina científica por falta de relevo generacional

María Antonia Martínez reconoce que la falta de expertos en epigrafía y específicamente en su función propagandística e ideológica en al-Ándalus han acabado convirtiendo su despacho de la Facultad de Filosofía y Letras en un consultorio al que acuden desde el Museo del Louvre (París) al Victoria and Albert (Londres), pasando por gran parte de las universidades y centros de investigación de España. "En realidad trabajo hay muchísimo", puntualiza, porque sus conocimientos son de gran valor no solo para los historiadores, sino también para los arqueólogos.

Trabaja desde hace años en los proyectos que dirige Eduardo Manzano en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha participado en investigaciones financiadas por la Unión Europea, es la epigrafista de cabecera de Medina Azahara, ha estudiado las inscripciones de la Casa del Gigante de Ronda y de la Alcazaba de Málaga, y elaborado el catálogo del Museo Arqueológico de Málaga. También se ocupó de catalogar los fondos epigráficos árabes de la Real Academia de la Historia, institución del siglo XVIII depositaria del patrimonio histórico nacional hasta la creación de los grandes museos españoles.

En la actualidad se encarga de la lectura de las inscripciones de las piezas que formarán parte de la colección permanente del Museo Arqueológico de Málaga una vez que se reabra en sus nuevas instalaciones del Palacio de la Aduana, analiza para un proyecto de I+D del CSIC cómo se reflejó en las inscripciones decorativas la pugna entre los califatos omeyas y fatimí, asunto que le llevará en septiembre a un congreso en Londres, y forma parte de la plantilla docente del máster en restauración del patrimonio islámico que imparte la Universidad de Granada.

Subraya que el epigrafista debe ser capaz de ver más allá de la mera lectura de los textos para poder alcanzar la totalidad de su mensaje: "Una epigrafía explica cómo se concebía el poder o las relaciones con los enemigos o aliados". Por ejemplo, la escritura ornamental utilizada en Medina Azahara no solo determina las fechas de construcción y los nombres de los soberanos con sus diferentes títulos, sino también cómo se incorporó el Corán con intenciones apologéticas. Comparaban la fundación de la ciudad con el paraíso coránico, porque los omeyas no necesitaban acudir a la religión para dar legitimidad a su dinastía, de ahí que el factor religioso estuviera muy atenuado. Sin embargo, para los almohades, ya en el siglo XII, la religión sí era la base de su legitimidad, porque ellos ya no podían esgrimir argumentos como sus orígenes o sus vínculos con la familia del profeta. En cualquier caso, tanto para unos como para otros la palabra escrita era sobre todo "un instrumento al servicio del poder".

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