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Guerra abierta en el bloque constitucionalista

  • Fricciones. Las discrepancias de Rivera con Rajoy y Sánchez a cuenta del desafío catalán para sacar réditos electorales abren una enorme brecha en la estrategia contra los secesionistas

Guerra abierta  en el bloque constitucionalista

Guerra abierta en el bloque constitucionalista

Ni unidos ni revueltos. PP, PSOE y Ciudadanos (C's) representan el bloque constitucional contra el independentismo catalán, pero nunca estuvieron estrechamente unidos aunque acordaron el pasado otoño la activación del 155. Desde el inicio se visualizaron las reticencias de Rivera a sus dos compañeros. Hoy éstas se han convertido en una discrepancia total del líder de C's con Rajoy y Sánchez, de forma que se puede describir al supuesto bloque como un grupo formado por dos dirigentes, o partidos, con un socio incómodo pero imprescindible.

Con el tiempo, aquella alianza ha derivado en un acuerdo sin fisuras de Rajoy y Sánchez, que sin embargo consideran que la está utlizando Rivera con fines electoralistas. La peor de las situaciones para enfrentarse a los independentistas, que empiezan a decaer en su imagen internacional -demoledor el artículo de Le Figaro que compara a Quim Torra con Mussolini- pero en cambio suman éxitos en el área judicial.

La elección de Torra como nuevo president obligó a Rajoy, Sánchez y Rivera a nuevas reuniones para acordar la estrategia ante el futuro inmediato, que obliga a desactivar el 155 en cuanto haya un nuevo Govern, como recoge el texto que enviaron al Senado hace siete meses para su aprobación. Del encuentro entre Rajoy y Sánchez sorprendieron los gestos que demostraban cercanía personal, como sorprendió el comunicado conjunto, un texto de defensa inequívoca del Estado y de la Constitución en el que se advertía un lenguaje que demostraba que hablan más de lo que se cree y coinciden en cuestiones sobre el presente y el futuro del país. Pocos españoles sabían hasta qué punto el líder del Ejecutivo y el jefe de la oposición, que han mantenido enfrentamientos broncos que han rozado las descalificaciones personales, están firmemente unidos contra el independentismo y, ahora, contra el nuevo gobernante catalán.

Un hombre que se ha ganado a pulso el apelativo de títere: además de advertir que su objetivo es llevar nuevamente a Puigdemont al frente la de la Generalitat, su primera iniciativa tras ser elegido fue ir a Berlín a reunirse con el ex president y comparecer juntos y, tras su toma de posesión, cumplir a rajatabla las exigencia de Puigdemont. No ocupar su despacho, ni la residencia ni los salones nobles.

falta de agallas

En ese escenario preocupante porque Torra sigue empeñado en alcanzar la república independiente, se ha apreciado que los tres líderes constitucionalistas no son trío, sino dúo con un adosado. Un adosado que no pierde oportunidad de marcar distancias con los otros dos insistiendo en que no son gente de fiar porque no han utilizado todos los medios a su alcance para bloquear el procés.

Hacía tiempo que los que siguen los avatares de la lucha contra Puigdemont conocían las discrepancias de Rajoy y Sánchez con Rivera respecto a la estrategia. Como conocían su irritación porque, tras engancharse a la activación del 155 a última hora, se convirtió en el denunciante permanente de que Rajoy y Sánchez no actuaban con la necesaria contundencia contra los independentistas, táctica con la que esperaba sumar adeptos; y lo consiguió porque si bien Rivera tiene muchos defectos, cuenta con la virtud de saber perfectamente qué tecla debe tocar para presentarse como el único político que no se amilana ante el independentismo al mismo tiempo que presenta a sus dos socios como pusilánimes sin agallas para enfrentarse a Puigdemont. Ha conseguido que esa idea cale en un amplio sector de la sociedad, lo que irrita y preocupa, por igual, a sus dos supuestos socios.

Esa actitud de Rivera de crítica permanente y de presentarse como el único que planta cara a los independentistas -entre los que incluye al PNV- ha acercado a Rajoy y a Sánchez, que han emprendido juntos una posición de máxima prudencia para no profundizar más en el abismo social que se vive en Cataluña y no provocar situaciones que puedan ser utilizadas por la prensa extranjera, o incluso por los jueces alemanes o belgas, para presentar a los independentistas como víctimas de un Estado intolerante y que usa medios antidemocráticos para eliminar a quienes quieren ejercer su derecho a decidir sobre su futuro.

largos años para el 155

Asimismo, estaba el interés de Rajoy por aprobar los Presupuestos Generales del Estado, y para ello necesitaba un nuevo Govern, pues sólo así se desactivaría el 155. Medida que, han repetido Rajoy y Sánchez, se activará en cuanto Torra cometa la primera ilegalidad. Pero a Rivera no le interesa que se ponga el acento en que se reactivará si se incumple la ley, y sigue insistiendo en que Rajoy y Sánchez quieren el fin del 155. Hasta algunos de los suyos saben que no es cierto, y de hecho Arrimadas ha declarado que Torra está haciendo méritos para ser relevado del Govern tras la reactivación del 155.

Si se produjera, el Ejecutivo español asumiría las funciones de la Generalitat, pero designaría una especie de gobernador en Cataluña, un cargo que no estaba en el texto que aprobó el Senado pero que estaría en el nuevo, porque la experiencia demuestra que es necesario. Esas funciones las ha ejercido estos meses el secretario de Estado de Administraciones Públicas, Ramón Bermúdez de Castro, que se trasladó a vivir a Cataluña, pero se necesita una figura con más atribuciones políticas.

La idea que comparten Rajoy y Sánchez es que si Torra y su equipo se empeñan en promover una república independiente y se aplica otra vez el 155, la intervención del Gobierno puede prolongarse durante años, porque no conviene que Rajoy vuelva a convocar elecciones autonómicas. Lo hizo la vez anterior con carácter de urgencia para aclarar la situación, pero si se quiere la paz social el Gobierno central no debe ser el que las convoque, sino un president de la Generalitat.

Además, sería necesario esperar a las resoluciones judiciales que inhabilitarían a los dirigentes independentistas y fueran sustituidos por otros con más respeto a la legalidad, con los que se podrían dialogar sobre cómo encarar el futuro. La hoja de ruta de Rajoy y Sánchez está muy definida. La de Rivera también. Y no son coincidentes. Los dos primeros están convencidos de que la línea dura del líder de C's no apacigua el problema, sino que lo agrava, y que sabiéndolo insiste en ella porque cree que tendrá réditos electorales. Es decir, que el bloque constitucionalista está muy lejos de ser un bloque.

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