Editorial

Al terrorismo, guerra sin cuartel

No caben medias tintas ni una actuación tibia para responder a la bestial matanza de ayer en las Ramblas de Barcelona

El terrorismo yihadista asesinó ayer a 13 personas e hirió a cerca de un centenar. Algunas de ellas se debatían anoche entre la vida y la muerte. Lo hizo en lo que hasta el momento de la irrupción de una furgoneta a toda velocidad y haciendo eses para atropellar al máximo número de transeúntes posible era una apacible tarde de verano en las Ramblas de Barcelona. Ese escenario de relajo, esparcimiento y diversión propios de estas fechas mutó en otro de muerte, desolación, dolor y desgarro tras el atentado. Hay que remontarse al 11 de marzo de 2004 para constatar que desde aquella aciaga fecha España no sufría una dentellada tan feroz por parte del terrorismo islámico. Algo más de cuatro horas después de la embestida de la furgoneta el sanguinario Daesh admitió la autoría del ataque que llevó el horror y el caos a la arteria más turística de Barcelona. La elección de la capital catalana no es ni caprichosa ni aleatoria. El terror tiene sus cerebros. No hay desde hace meses capital española con más eco mediático que ésta, en el epicentro de un choque institucional con el Estado que ha trascendido las fronteras de España y atosigada en las últimas semanas por la imagen que ha ofrecido debido a la llamada turismofobia y el colapso de su aeropuerto, con miles de viajeros varados en la terminal. Los ideólogos de esta masacre sabían donde tenían que asestar su golpe. Sus degollinas más recientes se han producido en urbes como Londres, a pocos días de las elecciones generales en el Reino Unido, y en París, en mitad de la campaña electoral. A nadie puede escapar ya que con sus masacres, los terroristas, además de destrozar vidas humanas, persiguen la erosión de los valores fundamentales sobre los que se asienta nuestro sistema de convivencia, en paz y libertad. Por tanto, a la matanza de ayer no se puede seguir respondiendo con tibieza ni con medias tintas. Trece personas que ayer disfrutaban de su paseo por las Ramblas de Barcelona no volverán a hacer eso ni ninguna otra cosa más, nunca jamás, al ser despojadas de su vida por un ataque salvaje, sus familiares los han visto desaparecer de su lado para siempre en una fracción de segundo y otras tantas decenas de heridos padecerán en lo que les quede de existencia las secuelas del ensañamiento terrorista. A semejante canallada no se puede seguir replicando con debates hueros ni estériles, y mucho menos se puede consentir esa connivencia intelectual o moral, a todas luces repugnante, que algunos practican con el islamismo radical. Contra quienes organizaron y ejecutaron la bestial matanza de ayer en Barcelona sólo cabe la guerra sin cuartel.

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