España

El virus Pepiño

URGE una disculpa. Si recurro últimamente al espejo estadounidense para buscar el reflejo hispano no es por gusto sino por necesidad. Aquí, políticamente, ocurre poco, así que admita el lector inspiraciones robadas y constate de paso la robustez de nuestras miserias endémicas. Conocida es la secuencia: Obama gana, McCain pierde, el primero celebra la victoria desde Chicago, el segundo admite la derrota desde Phoenix. La elegancia coloreó los discursos. Se animaron, se comprendieron, se respetaron. Obvio que McCain bailaba con la más fea y por eso su intervención fue más meritoria. Pidió a los republicanos un respaldo sin fisuras al nuevo líder -"mi presidente", dijo- ante la que se le viene encima.

EEUU siempre dispondrá de un sentido patriótico mucho más afilado que algunos inquilinos de la vieja Europa entre los que por desgracia nos encontramos -junto a Bélgica o Italia-. Cuando Rajoy felicitó a Zapatero el 11-M no lo hizo con convicción sino por cortesía. La misma noche del desastre repasaba atormentado los flancos débiles de su campaña, pensaba en la insuficiencia del insulto, en la candidez de la acusación, pero nunca en desarrollar higiénicamente su ya casi proverbial labor de opositor. Si Zapatero hubiera perdido, las cosas habrían sido más o menos calcadas.

El presi tenía razón cuando hablaba de los "patriotas de hojalata", aunque se quedara corto en la calificación y el alcance. Falsos amigos de un bien común son todos ellos porque no entienden el progreso sino en términos estrictamente partidistas. Aznar no admitió jamás las bondades de González -como si hacerlo implicara negar sus defectos-. Ya saben lo que opina Zapatero de Aznar. O Rajoy de Zapatero. Y así hasta el infinito. Sólo los primeros -Suárez, Calvo Sotelo-, y no siempre en su tiempo, obtuvieron un reconocimiento tímidamente universal.

Esta adicción al maniqueísmo es el peor autorretrato posible, y no parece que las generaciones venideras piensen en cambiar la dinámica. La raíz del problema es quizás la misma estructura del partido, sometido a tantas cribas, a tantos chantajes, a tantas pruebas de amiguismo que el talento y el criterio, si alguna vez existieron, se acaban perdiendo. Pepiño Blanco es El Ejemplo: simboliza la diarrea verbal, la miopía percutora. El drama es que el virus se contagia a menudo al votante, sumido en idéntica miseria intelectual, incapaz de articular un pensamiento descontaminado. Es lo que ellos quieren para sentirse acompañados.

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