La crítica

Perfección, variedad y elegancia vienesa

ORCHESTER WIENER AKADEMIE

Programa: 'El lago de los cisnes' (paso a cinco, Acto II), coreografía Rudolf Nureyev sobre Petipa e Ivanov, música de Chaikovski; 'Eventide', coreografía Helen Pickett sobre músicas de Brahem, Garberet, Glass, Hussain y Shankar; 'El corsario' (paso a dos), coreografía de Chekrygin y Chabukiani, música de Riccardo Drigo; 'Vaslaw', coreografía, escenografía y vestuario de John Neumeier, música de J. S. Bach; 'Allegro Brillante', coreografía de Balanchine, música de Chaikovski. Director artístico: Manuel Legris. Lugar y fecha: Teatro del Generalife, 20 junio 2015. Aforo: Lleno.

Lo que define al Wiener Staatsballet, bajo la dirección de Manuel Legris que fue estrella de la Ópera de París y discípulo de Nureyev, es su cosmopolitismo en la ejecución de ballets clásicos, neoclásicos, románticos o contemporáneos incorporando estilos, tendencias y estéticas bajo una premisa esencial: la calidad y la perfección. Con esta idea, reflejada en su primera actuación en el Generalife, treinta años después que lo hiciera su antecesor, el conjunto de la Ópera de Viena, no es de extrañar que público y hasta crítica saliésemos complacidos por un programa muy diverso que, a pesar de ello -o quizá gracias a esa circunstancia- pudimos admirar el tremendo esfuerzo, físico y psicológico que han de hacer los bailarines, no sólo para superar los retos técnicos que en muchos casos llegan al límite de lo que puede dar de sí el cuerpo humano en danza, sino de transmitir, desde esa superación física, el mensaje más puro que emana de un cuerpo en movimiento. Aunar calidad individual y al mismo tiempo entroncarla en una idea participativa, en la que cada momento se manifiesta la conjunción colectiva, está al alcance sólo de conjuntos de muy alto nivel.

Es verdad que escoge preferentemente -en estos dos programas- momentos, pasos a cinco o a dos, fragmentos de ballets consagrados, pero también incorpora novedades no muy frecuentes. Comenzó con el 'paso a cinco' de El lago de los cisnes que revisara precisamente Nureyev, al que siempre recordaremos atravesar el escenario del Generalife, en aquellos saltos increíbles y en la perfección de su idea expresiva, junto a Margot Fonteyn, en lo que es la historia danzística del Festival. El protagonismo del Príncipe recayó en un rotundo y expresivo Denys Cherevychko, acompañado por Ioanna Abraham, Natascha Mair, Mumitru Taran y Alexandra Tcacenco. Fue el comienzo, brillante, pero no exultante, para cerrar la primera parte con el archiconocido paso a dos de El corsario, que siempre es prueba de fuego para sus intérpretes y recurso para entusiasmar al público. Liudmila Kolonova, en el admirado giro inverosímil sobre una pierna que el espectador sigue con la respiración entrecortada y que aplaude espontáneamente antes de llegar al final, estuvo a la altura de la prueba, seguida de Denys Cherevichko, que ya había demostrado sus cualidades en el paso a cinco.

Y en medio, una pieza llena de vitalidad, dinamismo, en un entrecruce continuo y perfecto que revela el alto grado de la compañía. Una coreografía opulenta de Helen Pickett, sobre músicas muy diversas, desde Brahem a Glass o Shankar, pone a prueba la idea de conjunto y la calidad individual, sin la cual sería imposible el brillante resultado.

Waslaw, con la que comenzaba la segunda parte -esta vez con piano real que nos liberaba del martirio de la música grabada, tantas veces denunciada por el crítico, asumible sólo en ocasiones puntuales, interpretando música de Bach, del Clave bien temperado y Suite francesa-, está basada en una idea irrealizada de Nijinsky. John Neumeier realizó en 1979 la coreografía, escenografía y vestuario y es una sucesión de pasos a dos, a tres y solos, en este caso con el protagonista de Waslaw, Masuyu Kimoto y otro de Alice Firence. La reiteración se salva por esa idea de perfección danzística que revelan todos y cada uno de los bailarines.

Como final, la conocida coreografía del Allegro brillante, sobre el Concierto para piano y orquesta núm. 3, de Chaikovski, en la que destaca, también, el vitalismo de la compañía vienesa para dar vida a esta pieza alegre y con tantos resortes para bucear en lo más puro de la danza que proviene del romanticismo ruso.

Todos los integrantes de la compañía, por grupos interpretativos o por individualidades, saludaron colectivamente a un público que reconoció su esfuerzo y su calidad, aunque las muestras de entusiasmo durante las distintas intervenciones fueran comedidas, quizá porque el listón de la danza se ha puesto muy alto en la historia del Festival.

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