ciencia abierta

Amor a la Ciencia

  • Una larga historia de infidelidades con las pseudociencias

  • Tengo que poner medidas

Ya no soy capaz de recordar cuánto tiempo llevamos juntos. Muchos años, tal vez demasiados. A pesar de mis constantes esfuerzos por resultar novedosa, sé que la rutina ha hecho mella en él. Siento que muy probablemente me está siendo infiel, aunque a primera vista todo pareciera marchar bien. Me pregunto qué ha pasado con mi poder de seducción, ese que antaño le resultaba irresistible. He de reconocer que, con los tiempos que corren, es difícil competir contra el despliegue de encantos que las "otras" exhiben tan descaradamente.

Últimamente ni siquiera hablamos el mismo lenguaje. Esas indeseables compañías han transformado su cerebro. Él ya no me entiende. Cuando le hablo de magnetismo, me responde sobre piedras o pulseras sanadoras, en vez de acordarse de Lorentz o de Maxwell. Si menciono las constelaciones, él habla de su carta astral, de las cartas del tarot o de la predicción del futuro en el horóscopo de alguna revista. Ya no piensa en las estrellas como gigantescos reactores nucleares de hidrógeno y helio que lanzan al espacio radiaciones electromagnéticas. Ahora dice que ellas saben de su personalidad y le ayudan en sus relaciones sociales. Hasta les pide consejo para tomar decisiones en sus negocios. Ya no se acuerda de Galileo, de Copérnico ni de Kepler. Prefiere a Rappel, a Sandro Rey y a Aramís Fuster. Se va a arruinar. He visto que también ha pagado cantidades desorbitadas de dinero por unos cursillos sin sentido, con el argumento de que tienen una base matemática. Lo llama numerología y con eso pretende desvelar una relación oculta entre su vida y el universo a través de los números.

He de reconocer que es difícil competir contra el despliegue de encantos que "otras" exhiben

Qué lejos quedan los tiempos en que conseguí llevarlo a la Luna, cuando juntos descubríamos los recónditos secretos del ADN y de los fondos marinos. Conservo hermosas fotografías de aquellos días en que pasábamos incansables horas mirando por el microscopio, a la busca y captura de todos los microbios que pudieran existir. Hasta pudimos combatir algunos de ellos, con algún golpe de suerte como en el caso de la penicilina, hay que reconocerlo. Cómo añoro aquellos años en que reflexionábamos, cuando venías a visitarnos, amiga Filosofía, sobre el uso de la bomba atómica y las posibilidades de la clonación.

Ahora resulta imposible mantener una conversación sosegada con él. No atiende a los hechos ni a las evidencias. No razona. No tiene paciencia. Hace unos días cruzó el límite y es por esto que he decidido sincerarme contigo, mientras tomamos este café. Estoy verdaderamente preocupada. Fue capaz de negarse a vacunar a los niños. Y eso que ya le he explicado que las vacunas no tienen ninguna relación con el autismo. Que el propio grupo de investigadores que publicaron en la revista The Lancet en 1998 aquella investigación, se retractaron en 2010. Pero no quiere verlo. Tengo mucho miedo: difteria, tétanos, tos ferina, hepatitis B, poliomielitis, paperas, sarampión, rubeola, varicela… Le ofrezco protección frente a todo, pero la rechaza.

Incluso, cuando le he encargado medicamentos en la farmacia, él los ha despreciado y ha traído unos tarritos de agua dulce, a los que llama homeopáticos, que no contienen ningún principio activo y ni siquiera están considerados como medicinas por la inspección sanitaria. ¿Cómo pretende que el pequeño se cure con eso de su infección de oídos? Dice que si no mejora podemos llevarlo a un "médico alternativo" que puede practicarle acupuntura, reflexología, iridología o ventosaterapia. Que es un experto y a él le está yendo muy bien para dejar de fumar. Parece ser que lo que más le gusta de este charlatán, según dice, es que todo lo que utiliza es "natural" y no recurre a productos "químicos". No me atiende cuando le cuento que todos los seres vivos estamos compuestos fundamentalmente por átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno, fósforo, nitrógeno y azufre. No quiere escuchar cuando le digo, por ejemplo, que el maravilloso olor a limón se debe al C10H16 (limoneno), que su acidez se debe en gran parte al C6H8O7 (ácido cítrico) y que su jugo "natural" aporta C6H8O6 (vitamina C).

Estoy desesperada. Ya no sé qué hacer. Me dice que tengo que respetar su decisión, su modo de pensar. Que tiene derecho a ir con quien quiera, a creer en lo que quiera. Y venir a mí cuando le convenga. ¿Tiene de verdad derecho el Ser Humano a creer en lo que quiera? Me lo pregunto muchas veces. Supongo que sí, pero hasta un límite: siempre que no se haga daño a sí mismo o a los demás. Y ya está empezando a hacerlo.

Tengo que poner medidas. No puedo permitir que esta relación se desmorone después de tantos y tantos esfuerzos. No sé cuál podría ser la mejor solución, pero el otro día hablé con mi vecina de la planta baja, Educación, y me dijo algunas cosas muy interesantes. Entre ellas, me recomendó regalarle libros, buenos libros como Las Pseudociencias, ¡vaya timo!, de Mario Bunge (2010, Ed. Laetoli), y seguir insistiendo. No perder la esperanza.

Sé que soy muy exigente, metódica, repetitiva, a veces poco intuitiva… pero quien me conoce de verdad, como tú, sabe que mi nombre es Ciencia y que también soy creativa, imaginativa, verdadera, auténtica, real. Lo recuperaré.

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