pasado con presente incluido

Miguel Moreno, la plenitud de la materia

  • Recibió en 1987 el I Premio Internacional de Escultura de Budapest

  • Algunas de sus obras están en los mejores museos del mundo

  • Ahora, con 83 años, 20 nietos y sendas operaciones en sus manos, ha dejado de darle a la maza, aunque piensa pintar acuarelas

El rostro de este hombre podría haber servido de modelo a Miguel Ángel para su Moisés o a Leonardo da Vinci para uno de sus apóstoles de la Última cena. Es un rostro imperturbable, terso, que se conserva intacto a pesar del paso del tiempo. Barba blanca, el pelo que le queda también canoso, la mirada cálida y una sonrisa de las que dan energía a quien la contempla. Ante este hombre, uno se siente próximo y tibiamente humano porque combina su discurso de persona ambiciosa por conocer ("ahora quiero pintar con acuarelas") con la extraña serenidad del que lo ha aprendido todo. Miguel Moreno, pues así se llama este hombre, siempre ha suscitado en mí una especie de respeto emocionante. ¿Cómo una persona tan poquita cosa ha sido capaz de esculpir obras de nueve metros de altura y de miles de kilos de peso? Miguel es de aspecto frágil, grave y prudente. Sentado frente a mí me mira a través de sus gafas sin moldura y yo considero que estoy hablando con un hombre que le está dando gracias a la vida por haberla vivido. Es una mirada concéntrica y austera en la que de vez en cuando se imprime un matiz de incertidumbre:

-¿Seguro que no te estás aburriendo con todo lo que estoy contando?

"Orozco me dijo que si quería triunfar y ser muy conocido como escultor tenía que irme""Me inicié en la escultura haciendo un busto de mi abuela Matilde"

Le digo que en absoluto y entonces se imbuye una vez más en su pasado para contarme algún episodio de su infancia o de su vida. Su obra ha sido expuesta en Estados Unidos (17 exposiciones), Alemania (dos exposiciones), Inglaterra (tres exposiciones), Francia (dos exposiciones en París)… Y así sucesivamente. Este artista, que sobre todo ha destacado en sus trabajos con chapa, también es el autor de monumentos ubicados en distintas ciudades españolas y no son pocos los pueblos en Granada que tienen una obra suya, como esa impresionante Venus que se alza en la plaza de la Constitución de Armilla. Entre sus muchos galardones conseguidos a lo largo de su vida, dice que le enorgullece mucho haber sido haber sido I Premio Internacional de Escultura de la Trienal de Budapest. Además tiene un taller-museo, abierto al público, en Santa Fe a donde acuden turistas y estudiantes de diferentes universidades europeas. En la figura de Miguel Moreno coexisten dos facetas capitales de una manera inextricable: la del artesano y la del artista. Y la de un escultor que ha venido entendiendo el proceso de creación escultórica como una decidida y determinante búsqueda de la belleza a través de las formas que constituyen las presencias de la materia. Pero también está la faceta de ese padre de ocho hijos y el abuelo de 20 nietos. Miguel ha creído siempre que los sueños se cincelan a golpe de mazas, gradinas y punteros.

En la plaza Mariana Pineda

Nuestro encuentro es en la terraza del Café Fútbol. Él tiene enfrente el bloque de pisos en el que ha vivido casi 20 años. Estamos en el barrio en el que él ha jugado a la pelota de chico en aquellos tiempos en los que España olía a pellejo de taberna y a colas de cartillas de racionamiento. Lo primero que me dice que llevaba casi dos años sin apenas salir de su casa de Santa Fe, pero que le alegró mi llamada porque así podía darse una vuelta por Granada a la vez que hablar con un viejo amigo.

-Es que he estado un poco abatido estos últimos meses. Ando con mi mujer de médicos porque ya la han operado un par de veces del brazo y no se recupera del todo. Y a mí me operaron de los tendones de la mano, por lo visto de tanto coger el martillo los abductores estaban muy dañados. Hasta tal punto que los meñiques se me estaban pegando a las palmas- me dice enseñándome sus dedos maltrechos y las cicatrices que le han dejado las operaciones.

Como es la hora de la merienda, pedimos un café con churros, unos churros que, como la magdalena de Proust, le permite trasladarse sin demasiado esfuerzo a su infancia. Me cuenta que nació el 26 de diciembre de 1935 en la calle Candiota de Granada. Su padre, Miguel Moreno Grados, era delineante y topógrafo y trabajaba en la Fábrica de Pólvoras de El Fargue. Pero cuando él tenía unos cinco años a su progenitor lo trasladan a Madrid para poner en marcha la sala de dibujo del Ministerio del Ejército.

-Mi padre fue el que me enseñó a leer, a escribir y a pintar. A él se lo debo todo. Recuerdo que se sentía siempre muy orgulloso de mí y presumía ante sus amigos y conocidos de tener un hijo que a los pocos años ya leía el periódico y sabía escribir sin faltas de ortografía. Un día un cura amigo de la familia me puso una prueba y me dijo si yo era capaz de escribir sin faltas dos frases: 'Ahí hay un hombre que dice ay' y 'Vaya, vaya con el caballo bayo que se salta la valla'. Eran frases que yo me había aprendido de memoria y se las escribí sin faltas. El cura se quedó asombrado.

Después de su estancia en Madrid, la familia regreso a Granada y su padre regentó una especie de taller de orfebre en donde se cincelaban cálices, copones, sagrarios y otros ornamentos religiosos. Allí estaba Miguelito trabajando en la orfebrería, pero sin abandonar sus sueños de primero pintor.

-Me acuerdo que mi abuela me daba una peseta cada vez que le hacía un dibujo de Miranda o de Doré. Y con nueve años participé en una exposición de dibujos de artistas noveles que organizaba la Asociación Álvarez Quintero. También me acuerdo de cuando iba a aprender a dibujar a la Escuela de Artes de Oficios con Miguel Ruiz del Castillo y con Gabriel Morcillo. Yo quería ser pintor pero mi padre me desvió hacia la orfebrería porque era ahí donde había trabajo y donde se podía ganar dinero. Date cuenta que en la posguerra había que hacer cálices y otros objetos eclesiásticos para todas las iglesias porque en la guerra habían sido todos robados o destruidos. Aunque mi primer trabajo en serio que hice en la orfebrería fueron las lámparas votivas de la iglesia de San Juan de Dios. Esas me las cincelé yo cuando era sólo un crío.

Miguel también recuerda cuando todos los domingos por la mañana su padre lo cogía de la mano y lo llevaba a conocer la ornamentación de las puertas de los conventos y de los techos de las iglesias. Fue a donde empezó a distinguir los estilos, el románico con el barroco o el gótico con el neoclásico, por ejemplo. Cuando habla Miguel, enseguida se nota que dentro de esa figura sutil, como castigada por los estragos de la vida, no puede haber ni maldades ni dobleces. Por fuera se parece mucho a como es por dentro. Me habla de malos ratos, de las envidias suscitadas en Granada cuando siendo muy joven empezó a ser reconocido fuera de aquí, de momentos felices de cuando se casó con Puri hace 60 años y del nacimiento de sus ocho hijos. Y de cuando cambió su sueño de ser pintor por el de ser escultor.

-Me inicié en la escultura haciendo un busto de mi abuela Matilde. Su tristeza me motivó. Fue entonces cuando le dije a mi padre que quería se escultor. Me dijo que me dejara de tonterías y que siguiera trabajando en la orfebrería porque él creía que ahí estaba mi profesión. Sobre todo cuando me dieron el I Premio Nacional de Orfebrería y el de mejor cincelador y repujador. Tenía entonces 19 años.

La materia de los sueños

Un día, me cuenta, hizo el busto de una gitana en chapa que lo tuvo algunos años tapado con un trapo. Hasta que un pintor granadino amigo de su padre y que residía en París, lo vio y le pareció maravilloso porque era innovador.

-Me sonrojé mucho cuando alabó mi cabeza de gitana con que estaba considerada por muchos como una chatarra o una obra sin acabar. Mi padre me decía que tenía que alisarla y quitarle las soldaduras, pero a mí me gustaba así. Esa cabeza ganó un premio y luego se la vendí por 70.000 pesetas a un magnate del petróleo que me quiso ayudar a montar una exposición en París y darme a conocer en todo el mundo. Me dio cuatro años para prepararla, pero le fallé porque no pude dejar el trabajo en la orfebrería. Alguna vez he pensado qué hubiera pasado si hubiera trabajado para esa exposición. Tal vez hubiera sido más conocido en todo el mundo, pero no habría sido más feliz porque para eso hubiera sido obligado a dejar Granada. Manuel Orozco me dijo una vez que si quería triunfar y ser muy conocido como escultor tenía que irme de Granada, pero yo nunca me atreví. ¿Y quieres que te cuente una anécdota? Pues que 36 años después recompré a la viuda del magnate del petróleo la cabeza de la gitana. Ahora está en mi museo.

Después vino su etapa de estudiante de Bellas Artes en Sevilla ("hice la carrera por libre") y profesor en la Escuela de Artes y Oficios y en la Facultad de Bellas Artes.

-He estado 42 años de docente, hasta que me jubilé hace 15. Ese trabajo me ayudó mucho en mi manera de ser. Yo era tímido y retraído y el contacto con los alumnos me enseñó a hablar y trasmitir lo que yo conocía del modelado.

Y la ruptura con sus hermanos orfebres cuando se independizó y montó su taller en un cortijo de Santa Fe. Miguel era la mayor de seis hermanos y el favorito de su padre, hasta tal punto que ahora, pasados los años, piensa que tal vez en aquella preferencia paternal hacia su persona está el origen de las desavenencias con sus hermanos.

-Yo creo, fíjate lo que te digo, que ellos nunca me han perdonado el que de alguna forma fuera el preferido de mi padre. De todas maneras es algo triste. Pero lo que está claro es que yo no quería seguir haciendo siempre lo mismo como orfebre, yo quería avanzar en la escultura. No sé, son diferentes puntos de vista en la forma de ver la vida.

Miguel dice que como escultor se ganó bien la vida, pero que cuando vino la crisis las instituciones empezaron a hacer recortes y su actividad mermó mucho. Aun así Granada capital está sembrada de sus esculturas: la del Gran Capitán de la Avenida de la Constitución, la de San Juan de Dios en el Triunfo, la de fray Leopoldo, la de Mario Maya en el Paseo de los Tristes… También Almuñécar tienen varias obras suyas en sus calles y paseos. Por tener hasta tiene una que se llama 'El guardameta' en el Museo del Barça.

-La llevé a una exposición y José Luis Nuñez, por entonces presidente del Barcelona, la compró para el club.

Entre los sinsabores que le ha dado la profesión está el no haber podido colocar en ningún sitio de Granada la escultura de Antonio Gallego Burín que le encargaron por culpa de los condicionamientos ideológicos y peleas de los políticos.

-Yo creo que hoy en día todos los granadinos saben que este hombre fue el alcalde que más ha hecho por Granada. De acuerdo, era un alcalde franquista, pero a él se debe la modernización de la ciudad y que, por ejemplo, aquí se celebre el Festival Internacional de Música y Danza. No ver eso es estar ciegos.

La tarde se mete en noche cuando levantamos el culo del asiento. Miguel tiene que volver a Santa Fe. Y en la despedida vuelve a repetir:

-Espero no haberte aburrido. Yo es cuando me pongo a recordar...

-No te preocupes Miguel, no me has aburrido. Una de las cosas por las que vale la pena este oficio es que te permite conocer a personas con vida tan interesante como la tuya.

-¿Tú crees?- dice en tono de duda.

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