Granada

La mujer asesinada recibió ayuda profesional, pero no quiso denunciar

  • Conchi Peñate, a quien su ex marido presuntamente atropelló el jueves, confesó a sus íntimos que era víctima de malos tratos psicológicos · Aun así, nunca supo cómo romper los lazos; él la había anulado

Eloy Chaves, propietario del hotel El Sol e íntimo amigo de Conchi, fue probablemente la última persona que habló con ella antes de su muerte. Fue por teléfono, en torno a las doce de la mañana del jueves. Ella le dijo que acababan de ingresar a Paco para su operación de cataratas y le confesó que le había dado un viaje horrible. "Ha estado todo el tiempo insultándome, amenazándome con pregonar por ahí que se está quedando sin amigos por mi culpa", soltó, visiblemente nerviosa.

Amigo suyo nada menos que desde 1975, se permitió darle un consejo: "Es que no te deberías haber ido con él", le recordó, que fue precisamente lo mismo que horas antes le habían dicho en la farmacia: "Él no está para conducir, y además no os lleváis bien", le recomendaron. "Pero es que además, Conchi, tú tienes que decidirte de una vez -continuó Eloy- y pensar si quieres seguir con él o si rompes lazos definitivamente, porque no puedes seguir así. ¿No te has separado? Pues separada".

"Ya, pero es que si me pide que lo acompañe, que tiene que operarse y que si no va a ir solo, ¿qué hago? ¿Le digo que no?", contestó Conchi. Y la respuesta de su amigo fue radical: "Si es para que te insulte y te amenace, dile que no. Vuélvete a Lanjarón ahora mismo y que se venga él luego como sea: en autobús, en taxi o andando, pero hazme caso y vente", terminó.

Conchi no le hizo caso. Horas más tarde volvió a montarse en el coche de su ex marido. Lo que pasó exactamente en ese viaje de vuelta sólo lo sabe él, y si es sincero pronto lo conocerá también la Guardia Civil. El caso es que, a unos kilómetros de Padul, ella fue atropellada. Dos veces. Demasiada casualidad para ser fortuito. Es probable que se bajara porque no soportaba más y que él la embistiera con el vehículo. Puede que pasara otra cosa. El caso es que ella está muerta.

Conchi Peñate y Francisco P.S. se instalaron en Lanjarón hace diez años, cuando él, entonces con 57, se jubiló de su oficio, conductor de guaguas, que así llaman a los autobuses en las islas Canarias. Dejaron Las Palmas y se instalaron en Lanjarón, que ella conocía de visitas anteriores con su familia, sobre todo gracias a Eloy y su gente.

Llegaron a tener dos casas, y eso les vino teóricamente bien cuando en octubre del año pasado, tras 25 años de vida en común, decidieron separarse. Una casa para cada uno y los dos tan contentos, podría decirse, aunque también es verdad que él tenía una paga razonable y ella, con 55 años, tendría que vivir de lo que le quedaba de una herencia y después, pues la providencia diría.

Pero no le importó. Al fin y al cabo fue ella la que decidió separarse, porque el carácter dominante y machista de su marido -algo en lo que ayer incidieron varios vecinos- le resultó ya insoportable.

Pero Paco no aceptó bien la decisión de su mujer. En parte porque tenía bien arraigado esa estúpida idea de que tu pareja es tu posesión, y en parte porque, por su diabetes, necesitaba cuidados y se sentía solo.

Consiguió lo que nadie se explica en el pueblo: Conchi seguía acudiendo regularmente a casa de él para hacerle las comidas y las labores caseras. Ya por entonces, ella estaba en tratamiento psicológico -acudió a los Servicios Sociales del Ayuntamiento y de ahí la derivaron al Instituto Andaluz de la Mujer, donde acudió a dos sesiones- pero algo en su interior le impedía negarse. Estaba anulada como persona, era un pelele en manos de alguien que en Lanjarón no ha dejado precisamente una legión de amigos. Aunque de puertas para afuera, reconoce la mayoría, era hasta cordial. En fin, ni el asesino más sanguinario es un ser depravado las 24 horas del día.

Si él le decía que estaba deprimido, ella cedía de nuevo. Conchi le llegó a pagar un billete de avión para que regresara de Canarias porque él le dijo que allí no paraba de llorar su ausencia. También le costeó un viaje en autobús a Benidorm para que se animara.

"Es que era muy buena, demasiado buena", apunta una vecina. "Tenía miedo, a mí me lo dijo. Y más de una vez la tuve que acompañar a casa", sostiene otra. Y una tercera, que vive en su mismo bloque de la calle Señor de la Expiración, se suma a esa segunda teoría. "Llegó a estar un mes sin salir de casa, con las persianas bajadas. Él vino una vez y le montó un griterío horrible, amenazándola con quemar la casa con ella dentro", narra.

Se negó a presentar una denuncia, aunque fueron varios los que se lo rogaron. "¿Cómo voy a dejar que lo saquen de casa esposado?", se excusaba. Y aunque en su entorno todos tenían claro que era un caso de maltrato psicológico de libro, sin denuncia poco se podía hacer. "Hasta la Guardia Civil tenía constancia, a raíz de una bronca en Nochevieja", subraya otra conocida. "Cualquier día te mata", asegura que le dijo entonces.

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