La ola de frío nos invade y cada mañana, como dice alguna compañera, protagonizamos el ritual de la cebolla, quitamos las capas de ropa para iniciar una nueva jornada de trabajo. Enero trae el recuerdo de otros fríos mucho más duros: hizo cuarenta años de una helada noche de muerte, se segaron cinco vidas jóvenes porque no aguantaban tanta energía dedicada a la solidaridad, tanta ilusión para hacer de contrapeso de la arbitraria actuación de los poderes económicos, sociales y políticos, a esa conquista de espacios de libertad.

La dictadura, contra lo que algunos ahora vocean, caía contra su voluntad, y no soportaba tener que enfrentarse con el inesperado equilibrio entre una izquierda joven cincelada en el interior, constructora de Comisiones de libertad, y otra curtida en mil batallas en la diáspora, y nos provocaba de la forma más cruel. Los asesinos no soportaban tanta inteligencia y generosidad, es lamentable que algunos ahora desde posiciones, parafraseando a algún clásico del siglo XX, de infantilismo político, estén convencidos de que los tomates, son invenciones actuales, nadie los plantó y nacieron enlatados.

Algún grupo municipal se presenta como innovador de todo, de nuevo se desprecia la tarea en el Ayuntamiento de muchos y muchas desde hace decenas de años. La soberbia les impide reconocer sus orígenes y sus propios errores. Y la ola de frío es el caldo de cultivo donde se duplican los virus de la intolerancia, la desigualdad y la violencia. Helados asistimos a un Trump ordenando el muro de la vergüenza, cínicas medidas económicas, e insultos contra el pobre y el distinto. Aquí sufrimos escandalosas subidas de la electricidad con costes altísimos para la vida de las personas, y echamos de menos el arrope de la inteligencia de hace 40 años, de la generosidad de la gente de Atocha 55.

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