Ustedtiene un vicio, y lo sabe… Un vicio perfectamente confesable o, por el contrario, absolutamente reservado, de aquellos que acostumbran a taparse con silencio y disimulo. Puede ser que sea un vicio inocuo o de los que dejan mala huella; un vicio solitario o de los que se disfrutan arropados con otros que están aquejados de nuestra misma y malsana costumbre; prudente o excesivo; o quizá cabal o mezquino. En definitivas cuentas, un vicio. Porque ya se sabe que los hombres no solemos ser ni ángeles ni demonios, por lo menos todo el rato, y sacamos tiempo para, de vez en vez, parecer una cosa y su contraria, sin que por ello salten por los aires nuestras hechuras. Y con esa contradicción a cuestas, por lo menos algunos, tiramos hacia adelante con más pena que gloria. Reconociendo en esa endeblez de nuestro ánimo un sesgo innato de una personalidad frágil, a veces incorregible, ello no me impide reconocer que algunos de nuestros vicios públicos -en los privados no me meto- son absolutamente censurables. No voy a hablar del grito a destiempo, o de la despreocupación de la que algunos alardean por todo lo público, o de la crítica compulsiva sin discernir cuál es nuestra cuota de responsabilidad en los problemas que denunciamos… El vicio al que me quiero referir es más absurdo que todo eso: la adicción a las herramientas de las que nos ha dotada la modernidad, hasta el punto de que nuestro defecto las desnaturaliza y desvirtúa. Así, nos entregamos al teléfono, concebido en un principio para que la gente se pueda comunicar, como medio de aislarnos de todo cuanto nos rodea, o buscamos en la lejanía de internet el modo de arrimarnos lo más posible a aquellos que están al otro lado. Pero por mucho que nos tiente wasap, o nos prometan algunas redes sociales, lo cierto es que la humedad de un beso solo puede sentirse con el roce que proporciona un leve acercamiento, así como la calidez de una sonrisa se transmite mejor cuando se reconocen los gestos plásticos del de enfrente. Y, sabiendo que siempre hay honrosas excepciones, cómo no, el sexo solo será sexo de verás, en la medida en que un cuerpo tiemble junto a otro embadurnado de sudor, así como la amistad es más amistad, cuando no hacen falta las palabras, sino tan solo se intuye la presencia del amigo. Sin emoticonos ni estridencias. Solo piel, o lo que se esconde debajo de la piel.

O eso al menos creo…

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