Alas ocho de la mañana como cada sábado, meto mi bicicleta en el coche para recorrer "neutralizados" los 10 kms. de autovía que me separan de mi punto de salida habitual en una carretera comarcal. Con la edad uno se torna más precavido y ya no me atrevo a compartir con los automovilistas esa vía rápida ni, mucho menos, los criminales cruces de entrada y salida a la misma. Como casi siempre (me ocurre, estadísticamente, una de cada tres veces que salgo) me da el alto un control de la Guardia Civil. El agente, también como siempre, me echa un vistazo y supongo que en razón de mi indumentaria y de la bici que transporto detrás me descarta como sospechoso (de lo que sea que busquen) y con un gesto me indica que prosiga sin efectuar comprobación alguna.

Quizá sea por una cuestión de azar o quizá mi itinerario coincida con alguna ruta empleada habitualmente por delincuentes pero lo cierto es que no puedo menos que lamentar que una de esas tan repetitivas como sorprendentes inspecciones a las que me somete la Benemérita cada vez que me dispongo a hacer deporte no hubiese servido eventualmente para interceptar a la conductora que borracha y ciega de cocaína circulaba a la misma hora por carreteras valencianas y que, unos instantes después, arremetería, con la aterradora indiferencia que emana de un cerebro abotargado por el alcohol y las drogas, contra un grupo de seis ciclistas que circulaban en sentido contrario al suyo. Mató a tres y dejó a dos malheridos. Probablemente la causante del accidente sufrirá el vilipendio de la gente durante unos cuantos meses e incluso puede que pase un tiempo en prisión pero pronto todo se olvidará, el seguro pagará las indemnizaciones y quizá dentro de un par de años (como antes Ortega Cano o Farruquito) volverá a poder coger el coche... para salir de juerga. En cambio ni los ciclistas fallecidos ni sus familias tendrán jamás una segunda oportunidad, la inconsciencia de esta irracional homicida les ha hundido para siempre en la desgracia.

Una actividad como el ciclismo que en principio debería ser considerada saludable, relajada y adecuada para todas las edades se ha convertido por mor de la imprudencia y la agresividad de (algunos) automovilistas en un deporte parangonable en cuanto a nivel del riesgo con el alpinismo, el salto base o el submarinismo. La extrema vulnerabilidad de los ciclistas ante los vehículos a motor propicia una espeluznante ecuación: un ciclista puede perder la vida simplemente porque... un conductor no soporta perder unos segundos. Mientras que matar ciclistas siga saliendo penalmente tan barato y la educación y el civismo permanezcan alejados de las carreteras, los ciclistas continuaremos viviendo en el filo de la navaja.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios