Cerca de Burgos el viajero se encuentra con el Monasterio de San Pedro de Cardeña. En un pequeño valle rodeado de nogales y olmos se esconde esta abadía primigeniamente benedictina y ahora trapense. A ella llegó en 1079 camino de su destierro Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Antes alférez real y mano derecha del rey de Castilla Sancho II el Fuerte, el Cid había participado en el asedio de Zamora, plaza donde gobernaba Urraca y última pieza que necesitaba Sancho para unificar el reino que su padre Fernando I tan imprudentemente había repartido entre sus cinco hijos.

Allí fue testigo del asesinato de su señor a manos de Vellido Dolfos y aún a sabiendas de que su gesto le va a traer la ruina y la desgracia personal, fuerza a Alfonso VI, el nuevo rey de Castilla y León, a jurar que no ha tenido que nada que ver con la muerte de su hermano: "En santa Águeda de Burgos,/ do juran los hijosdalgo,/le toman jura a Alfonso/ por la muerte de su hermano;/ tomábasela el buen Cid,/ese buen Cid castellano,/ sobre un cerrojo de hierro/ y una ballesta de palo/ y con unos evangelios/ y un crucifijo en la mano".

Alfonso juró por Dios ser inocente pero ya como rey se vengó del Cid condenándolo al destierro. Cuenta el Cantar del Mio Cid que en S. Pedro de Cardeña dejó Rodrigo a su esposa Jimena y sus dos hijas Sol y Elvira al cuidado del abad Sancho antes de partir con sus mesnadas hacia tierras musulmanas para forjar allí su leyenda como el paladín cristiano por excelencia de la Reconquista. Murió en Valencia y aún difunto fue capaz de ganar una última batalla. Su cadáver fue trasladado a S. Pedro de Cardeña y, embalsamado, fue expuesto en la capilla sentado en un taburete de marfil.

Cuenta la leyenda que encontrándose solo ante él, un judío se disponía a tirarle de la barba cuando advirtió que la mano derecha del Cid se deslizaba hacia su espada y la comenzaba a extraer de la vaina. El judío huyó aterrorizado y tras el suceso se convirtió al cristianismo. En la iglesia todavía se pueden ver los sepulcros del Cid y su esposa (sus restos están en la catedral de Burgos).

Realidad o leyenda, el Cid fue un hombre noble y cabal que antepuso la fe y el honor del reino a su propio destino y bien podría servir de guía y ejemplo a la actual España desnortada. "El ciego sol se estrella/ en las duras aristas de las armas/ llaga de luz los petos y espaldares/ y flamea en la punta de las lanzas/ El ciego sol, la sed y la fatiga/ Por la terrible estepa castellana/ al destierro con doce de los suyos/ -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga".

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