Mi columna de hoy quiere ser una carta de agradecimiento dirigida a quienes, durante los días posteriores a los atentados de Cataluña, me han abierto los ojos y liberado de peligrosos prejuicios. Quiero dar las gracias, en primer lugar, a Raquel Rull, educadora social de Ripoll, que escribió un texto, publicado en muchos diarios, que me ha permitido conocer mejor -conocer es entender- a Moussa, el chiquillo que acudía a sus talleres con ocho años, de la mano de Driss, su hermano mayor, un hombrecito amable, tranquilo y buen estudiante. Un amor. Comprendo que a Raquel le duela tanto no poder volver a abrazarlos: ¡eran tan jóvenes, tan llenos de vida, tenían tantos sueños por cumplir…!

Gracias también a Ramón Colom, director general de TVE en la última etapa de Felipe, por acordarse en su cuenta de Facebook de "la madre de ese muchacho de veintidós años al que han matado los Mossos, el segundo hijo que le matan en pocos días. Pobre mujer". Una internauta poco receptiva dejó caer que a lo mejor la madre falló en algo, pero otro usuario la corrigió de inmediato: "Atribuir la responsabilidad a la madre es injusto. Habría que reflexionar sobre qué ha fallado en el sistema y en el marco de convivencia geopolítica". Claro que sí.

Nos esconden, y hacen bien, las caras ensangrentadas y los cuerpos mutilados de las víctimas. ¿Para qué queréis ver a ese niño de siete años tirado en mitad de la Rambla? ¿Para dar tralla en las redes a quienes le pasaron por encima con un furgón? Criminales, les llamaréis, que aquí lo que falta es empatía y sobra terroristofobia. Sí, ya sé que la imagen de Aylan, el pobre niño sirio muerto en la arena de una playa turca, la viralizaron los mismos que ahora niegan visibilidad al pequeño Julian, pero hay que ser muy retorcido para insinuar que hay personas a las que sólo les importan los niños muertos que les permiten arremeter contra nuestros gobiernos y nuestras leyes.

A nadie le interesa lo que puedan decir los familiares de las víctimas del atentado; lo verdaderamente enriquecedor es el testimonio de los amigos y allegados de los asesinos. Así lo han entendido los periódicos y las televisiones. Por ejemplo, Silvia Jato, que en La Mañana de la 1 confraternizaba con el primo de uno de los yihadistas y se partía la caja cuando éste le desvelaba que su pariente -el asesino en serie, dirán los de siempre-, no tenía novia formal, sino rolletes. ¡Qué golfillo! También vimos el rostro decentemente cubierto de la hermana y de la madre, que nos informaron de que era un muchacho sin tacha, que las quería infinito. La Jato, tan guapa y tan señora, se mostró además como una mujer comprometida y cálida, equiparando el dolor de la madre del niño muerto en Las Ramblas y el de la madre de su verdugo. Es una miss con alma de trabajadora social. El País, siempre del lado de los débiles, se acercó a preguntar a los amigos de Younes, el conductor de la furgoneta, que mató a catorce personas y dejó malheridas a más de cien: "Mira, te lo voy a resumir: era un tío de puta madre", contestó uno de ellos con desparpajo. No tengo ninguna duda. Mucho mejor que esos turistas de mierda a los que despanzurró contra el suelo. Tienen razón los de la CUP: ellos, los turistas, son los terroristas.

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