Es patético lo que está pasando. Resulta que es más importante lo que cuelga en twiter el payaso Donald Trump que realmente un análisis frío del descrédito sobre su mandato. Curioso que tengan más visitas los comentarios sobre el caso del pequeño Gabriel en multitud de redes sociales que la cruda realidad ante los sentimientos que ha suscitado. En la misma línea, es significativo el hecho de que sean más importantes los comentarios de facebook sobre la incidencia de una huelga feminista que la esencia de la lucha por la igualdad de los seres humanos, o que se valoren más las fotos y los videos de youtube sobre el cabreo de los pensionistas antes que sentarse a valorar el cachondeo que tienen con ellos los políticos. Lo mismo que cuando llueve sobre mojado en una ciudad como Jerez, donde son más vistos los videos y los memes de las inundaciones que las páginas técnicas de posibles soluciones para un alcantarillado obsoleto para el que nadie tiene soluciones definitivas.

No en vano, estamos siendo sitiados. Las redes sociales están acabando con la naturaleza intrínseca del ser humano. Las adoramos como a los nuevos dioses. Redes llenas de inexpugnable libertinaje de datos cruzados y de falta de criterio de muchas masas neuronales aburridas. Pero, como se sabe, en el pecado llevamos la penitencia. Estaría bien que en plena Cuaresma, supiéramos globalizar la trascendencia, eleváramos una devota oración a las ondas y fibras ópticas para que se auto inmolaran, y así pudiéramos estar los viernes, además de sin carne, sin el odioso tejemaneje de los bulos y las barbaridades de demasiadas páginas de internet . Sería como purificarnos. Sería hacer una constricción de almas. Con un no a las cadenas de wasap sin sentido. Ni a los tuits y retuits que no tienen nada que ver con nuestras vidas, pero un Sí, en mayúsculas, al propósito de enmienda.

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