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Abre bien tus oídos, p*** madero

Festival Internacional de Jazz de Granada. Fecha: jueves 7 de noviembre. Lugar: Teatro Isabel la Católica - Aforo: lleno 500 personas.

Christian Scott nos dejó a todos sobrecogidos cuando lo descubrimos en su primera visita a tierras granadinas. Fue en el Parque del Majuelo de Almuñécar, y además de por su dominio y su pegada, nos cautivó por su actitud, poderosa, desafiante, casi bravucona. Vino entonces precedido por sus provocadoras declaraciones sobre Miles Davis. "No tengo nada que aprender de él" había dicho a una revista poco antes de aquella actuación. Y aunque no parecía la mejor forma de ganarse las simpatías del público jazzístico, tan tendente a la sacralización de sus ídolos, denotaba una actitud que se echaba de menos en el jazz moderno, como es la de pisar fuerte y no disculparse por ello. El jueves por la noche ofreció un concierto lleno de garra que sacudió las viejas butacas del Teatro Isabel la Católica, el mejor inicio posible para un certamen mermado por el presupuesto. Comenzó como un huracán, o como un terremoto, que era precisamente lo que sostenía Cecil B. DeMille sobre las películas, que debían comenzar con un terremoto y a partir de ahí ir subiendo. Así mismo fue como se presentó Scott al frente de su quinteto, con una fuerza arrolladora y demostrando que su soplo es tan demoledor y exquisito al mismo tiempo como el del mejor Miles Davis.

Lo hizo con Jihad Joe, un tema de su último trabajo, un álbum doble llamado Christian aTunde Adjuah donde deja constancia de su enciclopédico conocimiento del jazz tradicional y simultáneamente ofrece múltiples vías de exploración para su evolución futura. No cabe duda de que Christian Scott es una figura fuera de categoría que recupera el orgullo de los grandes maestros de los cuarenta y los cincuenta en más de un sentido. Y no le hace ascos a ninguna influencia de la que pueda sacar provecho. Así continuó con West Ok West, un tema con un riff de guitarra por el que hubiera pujado el mismísimo Jimi Hendrix que acabó llevando a ese territorio de fusión con el rock que tan bien dominó el Miles Davis, -sí, otra vez él- de los atuendos imposibles, igualmente fascinado por la energía y el dramatismo de Hendrix. Una música excelsa pero firmemente apegada a la tierra, de vocación urbana y nocturna. Cuando Scott decide tirarse al rock lo hace sin tapujos, a lo grande y sin desvirtuar su jazz. Después siguió con el inevitable Herbie Hancock y con un par de temas de su alabado disco de 2010, Yesterday You Say Tomorrow, Isadora y la recurrente KKPD, una canción que ya formó parte de su repertorio en su anterior visita y cuya génesis volvió a compartir con los presentes. Sus siglas son un acrónimo de Ku Klux Police Department, y parece ser un ejercicio de exorcismo frente a una traumática experiencia que sufrió por los abusos de un agente de la autoridad en los Estados Unidos. A juzgar por la mala baba y el poderío con el que soplaba su trompeta, debe guardar aún mucho rencor hacia aquel tipo del que todavía parece estar vengándose. El concierto lo culminó con una soberbia lectura de Cumulonimbus, hermosa despedida del primer gran nombre del género en lo que llevamos de siglo.

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