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Abriendo nuevos caminos musicales

Granada tiene un nuevo escenario para la música. La Fundación CajaGranada, que tan sólo hace un mes inauguraba el Centro Cultural Memoria de Andalucía, ha articulado en el Teatro Isidoro Máiquez una programación cultural de primera línea, en la que se incluyen importantes referencias musicales. Como botón de muestra queda el concierto que ha ofrecido esta semana el Ensemble Orchestral de París, que bajo la batuta de Lauwrence Foster presentó un programa a caballo entre el romanticismo y la música del siglo XX.

El Ensemble Orchestral de París es una de las orquestas de cámara de mayor nivel artístico en el panorama internacional. Su presencia en Granada supuso una estupenda oportunidad para escuchar una formación de dilatada experiencia que posee un sonido claro y de alta calidad. Para su visita a nuestra ciudad contó con la dirección invitada de una batuta madura y versátil. Lauwrence Foster es uno de los directores norteamericanos más relevantes del momento; su amplio repertorio lo han convertido en un todoterreno de la escena.

Para su concierto en Granada se escogió un programa centrado en dos momentos de la historia de la composición. La primera parte se dedicó a la creación contemporánea, con obras de Zoltan Kodaly y de Bohuslav Martinu. Del primero escuchamos las Danzas de Galanta, una suite en seis partes en la que se ofrece su visión particular del folklore húngaro. Kodaly, al igual que Bartók, fue uno de los principales representantes del nacionalismo musical contemporáneo; consideraba el folklore como una interesante fuente de inspiración, de la que había que extraer la esencia para después volcarla en la creación musical. Así, las Danzas de Galanta, dedicadas a la ciudad en la que pasó sus años de juventud, son una síntesis de aires tradicionales econocibles, con un lenguaje contemporáneo comprometido con su época. La versión del Ensemble Orchestral de París estuvo a la altura de cualquier expectativa, cargada de fuerza expresiva; Foster supo sacar partido a la buena calidad tímbrica del conjunto francés.

Le siguió en el programa el Concierto para dos pianos y orquesta de Martinu. Obra compleja en su lenguaje, representa un claro ejemplo de la literatura concertística del siglo XX. A caballo entre el neoclasicismo y cierto expresionismo tímbrico, este concierto fue escrito en Estados Unidos en 1943, donde Martinu fue a vivir huyendo de los estragos de la Segunda Guerra Mundial. El concierto presenta una compleja interacción entre los dos instrumentos solistas, que se funden por momentos con la riqueza de colores de la orquesta. Las hermanas Mari y Momo Kodama afrontaron con maestría y precisión su interpretación; su sincronía y equilibrio fueron extremos, explorando a la perfección las múltiples sutilezas tímbricas que el autor demanda de los solistas. Foster y el Ensemble Orchestral de París ofrecieron la réplica oportuna a la parte solista. Como propina ante la acogida del público, las hermanas Kodama ofrecieron una sutil y mágica versión a cuatro manos de Mi madre la Oca de Maurice Ravel.

La segunda parte se dedicó por entero a la Sinfonía núm. 2 de Franz Schubert. Si bien la dirección de Foster fue algo conservadora, la puesta en atriles de la obra resultó del agrado de la audiencia. Cabría destacar el magnífico trabajo de la sección de vientos del Ensemble de París, y muy particularmente de las flautas y oboes, a los que Schubert dedica algunos de los momentos melódicos más bellos de su sinfonía.

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