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¡Alto a la Guardia Civil!

  • Los agentes, que comienzan en el libro lorquiano apareciendo como meros comparsas del poemario, nublados por el rico mundo de los gitanos, terminan convirtiéndose en protagonistas centrales al final

El Romancero gitano se escribe entre 1924 y 1927. De manera muy sucinta se puede definir como un libro con romances de tema gitano donde lo más culturalmente "cierto" de Andalucía aflora en el lirismo brillante, personal e inigualable de Lorca.

Que "lo gitano" en el Romancero es sólo el tema se hartó de repetirlo el propio poeta cuando vio que la fama de su obra podía encasillarlo de por vida bajo la etiqueta de "poeta popular". La necesidad de cantar Andalucía también está más que probada: "Basta ya de Castilla", le dice a Fernández Almagro al contarle su intención de escribir romances sobre las cosas que ocurren en los pueblos de este lado de Despeñaperros. Finalmente, la altísima lírica lorquiana no me parece que ofrezca mucha discusión.

Por lo tanto, si hacemos caso al autor y "lo gitano" es el tema del libro, es decir, la base sobre la que sostiene un discurso poético de una autenticidad, por cierto, pocas veces alcanzada, parece lógico afirmar que la puesta en escena de la Guardia Civil obedece simplemente a una cuestión de coherencia en el decorado: para que la realidad de la vida gitana resulte verosímil deben aparecer guardias civiles.

Entre los últimos poemas del Romancero nos encontramos el titulado Romance de la Guardia Civil española, del que hablaremos más adelante con detenimiento. Hasta entonces la Guardia Civil aparece en cuatro ocasiones a lo largo del libro y su comportamiento denota cierta ambigüedad en la explotación del tópico "gitano contra guardia civil". No parece claro que Lorca quiera entrar en lo previsible. Así por ejemplo, en el Romance sonámbulo (Guardias civiles borrachos/ en la puerta golpeaban) sólo hacen acto de presencia muy de soslayo, en estos dos versos, sin que su intervención influya en la trama del poema; más parecen, como señalaba arriba, unos "extras" necesarios para llenar la escena. Si bien es cierto que la actitud de dar golpes y el estado de embriaguez no favorecen la imagen benemérita.

En el romance titulado Reyerta sucede lo mismo: la Guardia Civil hace acto de presencia acompañando al juez pero no interviene en ningún momento. No hay enfrentamiento, de nuevo se dulcifica su presencia.

Tenemos que esperar al Prendimiento de Antoñito el Camborio para ver a cinco guardias detener al gitano Antoñito sin más motivo aparente que haber cortado (¿robado?) limones. Lo más interesante de este poema es el momento en que se detiene la narración de los hechos y se introduce una voz que maldice al gitano por haberse dejado prender y no haber matado a los guardias civiles. Pero, ¿a quién pertenece esa voz? ¿Quién apela a la muerte de los guardias? ¿El poeta? No está nada claro, más parece que sea la voz mitificada de la marginalidad, el nomadismo y la "libertad" gitana. De nuevo Lorca evita la confrontación.

No es baladí señalar que estos guardias, a diferencia de los del Romance sonámbulo, no están borrachos sino que beben limonada todos. Claro, que quizá no sea una actitud tan ejemplar si pensamos que fueron los limones decomisados a Antoñito los que sirvieron para su refrigerio. En fin.

El siguiente romance es la Muerte de Antoñito el Camborio. En este caso también la narración se interrumpe para mostrar un diálogo, ahora indudable, entre Antoñito y Federico. Lo curioso y lo que dinamita el tópico es que el gitano, que ha sido víctima de una emboscada mortal por parte de cuatro primos envidiosos, le pide a Federico que avise a los guardias para que le auxilien, los mismos, por cierto, que lo prendieron previamente.

Hasta este momento no hay motivos para pensar que Lorca, en su intento de reivindicación estética del mundo gitano tenga nada guardado contra los guardias civiles, que aparecen soslayados y en actitudes variopintas: igual se emborrachan que prestan ayuda.

Sin embargo, llegando al final del Romancero nos encontramos con el Romance a la Guardia Civil española. Este poema lo comienza Lorca en 1924 y no lo da por concluido, como pronto, hasta finales de 1926. Para entonces la versión de la mayoría de los romances ya era la definitiva, tan sólo éste y un par más se resistían. La imagen de la Guardia Civil cambia aquí por completo; dejan de ser intrascendentes actores de reparto para convertirse en protagonistas absolutos. Y más les hubiera valido permanecer en un segundo término porque Lorca en esta ocasión es inclemente en su crítica. La Guardia Civil asalta un poblado gitano haciendo gala de una barbaridad sólo comparable a la imaginería que Occidente tiene sobre los hunos de Atila. En este caso los guardias tienen, por eso no lloran,/ de plomo las calaveras. Y en su perversidad se enfrentan incluso a la Virgen que cura a los niños heridos con salivilla de estrellas, mientras la Guardia Civil avanza sembrando hogueras. Es indudable que éstos no son los mismos guardias que prendieron a Antoñito.

No está claro qué tipo de poema quería hacer Lorca en 1924 cuando comenzó, pero leyendo su epistolario parece que durante los años 1925 y 1926 le impresionaron de manera muy desagradable ciertas actuaciones de la Guardia Civil en Granada y su provincia con respecto a los gitanos. Por ejemplo, en una carta a Benjamín Palencia le explica poéticamente el estado de represión: "La Guardia Civil mata a un gitano cada día y apunta su nombre en una lista larga y ondulante como un ladrón chino". Meses después le contará a su hermano Francisco la trágica historia de un cabo de Carataunas que, juntando placer y escarmiento, le sacaba los dientes a los gitanos con unas "tenazas de lumbre" para advertirles de que no regresaran por el pueblo ni sus contornos a riesgo de volver a visitar su particular consulta de practicante.

No parece descabellado pensar que realidades de este tipo hicieran a Lorca, desde la indignación, tomar conciencia e intentar ir más allá de la reivindicación estética del mundo gitano, motor del libro, para llegar a una denuncia explícita de la tortura.

De ser así, bajo mi punto de vista, este romance, además de sus innegables cualidades líricas o precisamente por ellas, merece un lugar en ese cajón, a veces tan denostado, que damos en llamar "poesía social".

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