Crítica de Cine

Amor y pirotecnia

Después de un tiempo en barbecho tras Blackthorn, Mateo Gil (Nadie conoce a nadie) coge carrerilla y estrena dos películas en una temporada. Tras probar (poca) suerte con la fábula distópica y metafísica de El Proyecto Lázaro, el canario intenta ahora aplicar el (caduco) molde del (falso) documental científico a las viejas cuitas sentimentales de los treintañeros urbanos en clave de comedia romántica, en la que se nos antoja una operación tan artificial y aparentemente vistosa como insustancial e inerte.

Y es que por mucho que se vista la mona de la seda del guionista astuto, leído y documentado, mona se queda. A poco que se rasgue tras los cansinos fuegos de artificio de las voces en off que entran y salen del relato, tras los diagramas y vectores sobreimpresionados o tras el caprichoso rompecabezas narrativo y de montaje, la acciones paralelas o alternativas y las pantallas partidas, lo que queda no es más que la enésima infantilización de las relaciones sentimentales a través de la explotación superficial de los estereotipos (el friki neurótico, la escurridiza modelo bombón, el amigo argentino pícaro y seductor, su novia histérica) y el trabajo poco compensado de unos intérpretes (con un Vito Sanz protagonista bastante fuera de sitio) aptos para identificaciones primarias y el consumo inofensivo de los espectadores más perezosos. Y bueno, además la cosa le ha quedado un pelín machirula.

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