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Amores anómalos y recuerdos

  • En el 40 aniversario de la editorial Anagrama, han resultado ganadores del XXVI Premio Herralde Daniel Sada, por 'Casi Nunca', e Iván Thays, por 'Un lugar llamado Oreja de Perro'

En estos días, Jorge Herralde anda festejando las cuatro décadas de Anagrama en este ancho mundo ajeno, cuarenta años, toda una vida, en la trinchera editorial en defensa de los libros singulares, de los autores distintos; en defensa, en fin, de la literatura. No es que a Herralde no le preocupe el número de ventas, no seamos pánfilos; es que de por medio hay un proyecto de seriedad y rigor en donde no cabe el todo vale. ¿Que no? Que sí. Basta ver a quién suelen agraciar el premio de novela que lleva su apellido: escritores, y no turistas en el parque temático de las letras; escritores, y no plumíferos travestidos de letraheridos; escritores, y no escribidores respaldados por esa meretriz verbenera que es la Fama. ¡Escritores! Nos gusten más, nos gusten menos, pero escritores. Los dos novelistas bendecidos en la XXVI edición del Premio Herralde son trasatlánticos. Uno viene de las tierras calientes de México; otro, de las tierras altas del Perú. Pudiera suceder que al finalista uno le hubiera dado el primer premio, y al vencedor el de consolación, pero nadie discute la valía de sus obras, magníficas ambas.

Casi nunca, la novela ganadora, tiene como protagonista a Demetrio Sordo, un tipo con buena estrella que se estrella cada por tres. A Demetrio lo conoceremos enamoriscado de una prostituta grandullona llamada Mireya (que se hace llamar Bambi en el burdel). Los machihembramientos de la pareja son épicos y, durante una temporada, él no quiere saber de otra en el puticlub. Pero resulta que al hombre se le ocurre acompañar a su madre a una boda, en Sacramento, y allí conoce a Renata, una belleza gatuna decidida a ser su esposa, y resuelta asimismo a racionar su cuerpo hasta no pasar por el altar. Y de la épica pasamos a la mística: mucho palabreo y poco meneo. Si con Mireya, el sexo era una experiencia embriagadora, imaginemos una botella de champán recién abierta, con Renata será una promesa siempre emplazada a después, imaginemos una botellita de colirio que se suministra gotita a gotita y hace lagrimear. Casi nunca cuenta el largo periplo entre la chispa saltona que enciende el deseo y el chisporroteo que lo apagará.

De Daniel Sada, el autor, Rafael Lemos escribió que "no es tanto un narrador como una prosa". No podemos estar más de acuerdo. Lo es, en grado sumo, y con todas sus consecuencias. A Sada, como a su protagonista, le gusta la acción, el meneo, y como novelista, el chapoteo en la sintaxis, el devaneo con el léxico, el zangoloteo de la morfología; o sea, el contoneo, el jugueteo, el zureo, la hemorragia verbal. Emplea un estilo de escritura que se impone a la historia, sin asfixiarla; cuyo riesgo más inmediato es soplar en exceso la hoguera y levantar más humo que llama. En manos más torpes, una prosa como la suya sería un inconveniente. Por suerte, el mexicano es capaz de tensar el lenguaje hasta el punto en que pudiera romperse y, con desparpajo único, refinarlo de modo que jamás se atragante. Iván Thays, finalista con Un lugar llamado Oreja de Perro, se mueve en las antípodas. No zarandea el idioma. Lo usa con pulcra exactitud, languidez parsimoniosa y una sorprendente capacidad de hacer daño.

El protagonista de su novela es un periodista enviado a un lugar semiperdido en las alturas andinas, antaño castigado por las acciones terroristas de Sendero Luminoso, para cubrir la visita del presidente del país. Como el político se retrasa, él entretendrá el tiempo con un puñado de recuerdos ingratos (sospecha que su esposa ha aprovechado esta separación para abandonarlo y evoca su vida en común, cualquier cosa menos serena) y además, metiéndose donde no lo llaman, coqueteando con una chica embarazada que podría ser la amiguita de un militar poco recomendable. En las charlas con otros visitantes se alarga la sombra del terrorismo y la de las detenciones ilegales y las torturas, el horror, ¡Ah, el horror!, que siembran y recogen los hombres. Un lugar llamado Oreja de Perro está recorrido por una intensa melancolía, un malestar, desazón, miedo ante la posibilidad de acabar acostumbrándonos a todo esto, al error, al terror y a todo lo demás. Iván Thays es, al igual que Daniel Sada, un escritor a tener muy en cuenta.

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