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Argumentos de una plástica con muchos matices

  • La tercera exposición del proyecto itinerante 'Nuevos Nómadas' es la que tiene más enjundia artística, una realidad expositiva interesante que en las salas del PTS se hace especial

Nuevos nómadas es el proyecto impulsado por MECA (Mediterráneo Centro Artístico), la institución almeriense que dirige Fernando Barrionuevo y que se enmarca en el programa Factoría Vida que la Universidad de Almería, dentro del Vicerrectorado de Extensión Universitaria, promueve para dar a conocer un arte contemporáneo que permita el máximo acercamiento a la diversidad artística existente.

Esta es la tercera vez que hemos asistido a la exposición de Nuevos Nómadas en su periplo viajero -su carácter itinerante es una de las características principales que mueve este proyecto-. No contemplé la primera en el Museo de Almería y sí lo hice en la Sala del Apeadero de los Reales Alcázares de Sevilla y en la del patio del Museo de Cádiz. Si bien ésta me resultó de lo más interesante, mucho más que la sevillana; es esta que tiene lugar en los apartados, pero espléndidos, espacios de las Salas del PTS la que ofrece una mayor enjundia artística. Lástima la no inclusión de Belén Mazuecos, entendible por ser quien es, lo que, una vez más, dice de su honestidad y de su ética profesional. Lo mismo que ha ocurrido con Ángel García Roldán, artista y coordinador de recursos expositivos de la UGR.

El grupo no es, ni mucho menos, un todo indisoluble con criterios artísticos unificados

Ya comenté en su momento que Nuevos Nómadas es el conjunto de muchas individualidades, todas relatoras de las más amplias proposiciones artísticas, aquellas que no delimitan los conceptos plásticos y estéticos y que abren los horizontes de un arte totalmente diáfano y sin ataduras. Los autores que componen la amplia exposición son agentes de un arte sin espacio, sin identidad geográfica ni únicos asentamientos.

Son creadores libres, sin ataduras, apegados únicamente al terruño de la creación pura, al Arte por el Arte. En definitiva, viajeros de un arte sin fronteras, sin tiempo y sin edad. El grupo no es, si mucho menos, un todo indisoluble, con criterios artísticos unificados y sin resquicios. Hay, como no podía ser de otra manera, argumentos infinitamente mejor sustentados plástica y artísticamente que otros; incluso, alguna comparecencia que, claramente, está de más con respecto al resto del conjunto. Pero, en líneas general configura una realidad expositiva interesante y que en las dos plantas del Parque Tecnológico de la Salud se hace especial.

El visitante accede al primer espacio para encontrarse con las grafía valiente en un abstracto bien considerado de Eduardo Martín del Pozo; la contundencia formal que deja adivinar espacios presentidos de Pedro Castrortega; la fotografía que atrapa con la fuerza determinante que ofrece la tierra de Mar Garrido; la contundencia de la imagen transformada en pasión formal de Toña Gómez; el objeto evocador de sutiles referencias de Pablo Leonardo Martínez; la mágica de lo mínimo que transporta a remotos lugares de Li Zhao; las bellas estructuras cerámicas de Mercedes Lirola; esa eclosión que surge de Javier Flores; la belleza de lo orgánico justamente desarrollado en felicísimas piezas de Yolanda Relinque; cuando lo bello eternamente permanece gracias a Paco Lagares; esos jirones que transportan de Lucía Romero; a vista de pájaro nuestro mundo permanece, a pesar de todo, de Asunción Lozano; los gestos de la expresión abstracta de Francisco Alarcón, así como esa inquietante magnitud que se repite de Carmen Sicre. Una primera sala que te deja un regusto de mucha entidad y que te prepara para encontrarte con muy buenos proyectos en la sala baja que comienza con la materia que brota en la muy buena pintura y en una mejor instalación de Mariló Entrambasaguas; la sabia relación de unos sentidos que prosiguen de Fernando Baños; la más que justa pintura de Paco Lara; la grandeza de lo que se adivina de Carmen Guardia; los horizontes de magia imprevisible de Cristina Capilla; los tiempos que manan y odian, que nacen y mueren en el ejercicio sublime de Carmen Sicre; esos perfiles del miedo espectacularmente planteados de Pedro Cuadra González; lo que la verdad esconde de Francisco Uceda; la fuerza del texto que transpira de Manuel Vázquez Domínguez; aquello que transcurre entre Oriente y Occidente de Ming Yi Chou; los entes que surgen de Antonio de Diego Arias; la pasión, pasión de Pablo Foruria; las roturas de espacios velados de Tomás Cordero; cuando el arte difumina lo clásico y lo moderno de Lorena García Mateu; por sambas coloristas de Juan Morante; esa arquitectura interna que se sobrepone de Pedro Osakar y, por último, la obra de Fernando Barrionuevo, el comisario que los ha debido llevar a puerto.

El recorrido itinerante de una exposición que, para que tenga una adecuada vocación de futuro, debe potenciar lo mejor de los mejores sin más.

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