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Austeridad operística

Autor: Federico García Lorca. Producción: Centro Andaluz de Teatro y Centro Dramático Nacional. Intérpretes: C. Álvarez-Nóvoa, O. Azmi, M. Barroso, J. Cabrera, P. Delgado, I. Frías, F. García, C. León, N. Martínez, F.M. Poika, L. Rallo, O. Rodríguez, C. Trujillo, P. Gil entre otros. Escenografía: P. Leal/J. C. Plaza. Coreografía: C. Hoyos. Vestuario: P. Moreno. Iluminación: P. Leal. Música: M. Díaz. Dirección: José Carlos Plaza. Teatro Alhambra. Fecha: 24 de febrero de 2010.

Dirige José Carlos Plaza nuevamente para el CAT, en coproducción con el CDN, un montaje de corte operístico que recuerda bastante a otro anterior. Quien haya visto su puesta en escena de la obra de Saramago, In nomine Dei, experimentará un déjà vu al asistir al mismo formato en el que se nos propone, en esta ocasión, las lorquianas Bodas de sangre.

Una ampulosa escenografía de volúmenes móviles que pinta una atmósfera densa de aguas o grietas profundas presenta el marco -y el tono- de Bodas. Con la grandilocuencia de una elegancia austera, como si fuera un buen vestido, sin más atrezzo que dos, tres sillas y con vestuario en tonos ocres transcurre la pieza a la vista. Esta puesta en escena que se dice grandilocuente pero a su vez elegante y sencilla acierta en lo austero del elenco elegido, actores de reparto andaluces entre los que no hay famoseo alguno pero sí buen registro interpretativo (con alguna salvedad) acometiendo el texto en un acento que es propio y no suena a impostura.

A impostura suena un Leonardo demasiado frenético, caballo desbocado al que vendría bien ajustar la brida desde la dirección, emborrona su furia de movimientos; algo parecido sucede entre La Novia y él, o al menos yo no encuentro entre los actores ninguna química, fuerza del deseo, escucha o complicidad; a licencia grandilocuente que se salta la norma regida en el elenco sabe escuchar, de pronto, la voz de Ana Belén como La Luna mientras vemos un friso de danza aéreo, parece que sirviera más al alarde de medios que al simbolismo poético que requiere la escena.

A la contra, sirve a la pieza de maravilla el recorrido hacia lo angosto -la muerte, el callejón imposible- que va marcando el movimiento de los paneles laterales; el vacío escénico que contrapone la insignificancia minúscula de los personajes frente a la rotundidad escenográfica, el sino trágico ante el que apenas pueden luchar. Revitalizando Lorca, sacándolo del empaque mortecino en el que solemos envolver fácilmente a los clásicos, está la interpretación de La Madre, El Novio, el Padre de la Novia o La Criada. Estas Bodas de sangre bien vestidas traen a Lorca en lo austero y cierta dosis de grandilocuencia espectacular que impone a veces lo elegante sobre lo trágico. Se dejan ver bien, como una muchacha bien vestida que sobresale entre otras.

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