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Yo estuve allí

Músicos: Manuel Liñán (baile); Antonio Campos y José Anillo (cante); Arcadio Marín y Antonia Jiménez (guitarra); Teresa González 'La Tacha' y Vanesa Coloma (palmas). Lugar: Corral del Carbón. Aforo: lleno. Fecha: viernes, 14 de agosto de 2009

Hay momentos decisivos, especiales, únicos. Hay "días señalaítos" que, de tan redondos, gustaría guardar en un fanal de cristal para que el olvido no le haga mella. El viernes se cerró el ciclo de Los veranos del Corral. Como esa serpiente que se muerde la cola representando el infinito, esta muestra trazó un círculo, tan ambicioso como bien resuelto, de abrir y cerrar con la crema del baile granadino. Para empezar, ya hablamos de los encantos de La Moneta. Para cerrar, nos falta periódico en el que describir la sabiduría del baile de Manuel Liñán; nos faltan estrellas para valorar su actuación.

Manuel entra en Granada por la puerta grande, entra como vencedor, pero con humildad. El patio está lleno de flamencos, de admiradores, de familiares, o todo junto. Todos le debemos a Manuel su trabajo y maestría. Con conocimiento, se hace arropar de un buen cuadro Antonio Campos y José Anillo al cante, que romperán el hielo con granaínas, con un beso a su tierra; Arcadio Marín y Antonia Jiménez, dos guitarras de precisión; Teresa González 'La Tacha' y Vanesa Coloma al compás. Nunca, como con Liñán y su estela, las palmas han tomado categoría instrumental.

Desde su aparición, desde su primera pose en el centro del escenario para abordar el taranto, nos convencimos que esa noche se escribiría con letras grandes e inicio capital. Su verticalidad suprema, el sentido del equilibrio, la medida exacta, la creatividad continua, el milímetro detalle. ¿Quién recuerda a Antonio Gades, quién a Vicente Escudero, quién a Mario Maya? Manuel es una escuela andante que demuestra a cada paso que nada está inventado, que el taranto excepcional se remata con tangos, que son los de siempre, que son los de nunca. Unos martinetes bien engarzados dan paso a una pieza tan rotunda como delicada. La escena está preparada. Antonia, con un pie en la silla, tañe los tanguillos, ya conocidos de otros días. José, también de pie, los ilustrará con su cante que, a los postres, se hará habanera, la que Carlos Cano dedicó a Cádiz. Manuel, con traje corto de tonos sepias y tocado con cordobés, baila con una silla, que la mueve como pluma, como de Manila. Juega con el ala de su sombrero y recorre el escenario con elegancia. Termina sentado en la silla, entre los dos músico, formando una estampa añeja y conseguida. Un dulce. No creo que la perfección exista, pero sí creo que se puede rozar. La merecida ovación final del público en pie, entregado sin condiciones, es la mayor que hemos visto en mucho mucho tiempo. Un servidor, tiene el orgullo de poder clamar: "Yo estuve allí".

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