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Camarón, "el que nunca morirá del todo", se hace héroe literario

  • Montero Glez revive al cantaor en su libro biográfico 'Pistola y cuchillo'

Dos años ha dedicado Montero Glez (Madrid, 1965) a escribir las 124 páginas de Pistola y cuchillo, "una vida tan breve" como lo fue la de su protagonista, José Monge 'Camarón', convertido, por primera vez, en héroe literario, adornado de todas las virtudes de quien "no ha muerto ni morirá nunca del todo".

"En los seis años que seguí por toda España a Camarón (1950-1992) sólo crucé con él un 'buenas noches' pero fue suficiente. No quería hacer una biografía sino revivirle a partir de una mentira, de una fábula", detalla en Montero Glez.

La novela, que edita El Aleph Editores y Del Taller de Mario Muchnik, está narrada en primera persona por el autor, como ya hiciera, enumera, Cervantes en El Quijote o Benito Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta y para contribuir "a la mentira" se "caracteriza" de entrenador de gallos.

Con esa identidad, porque no quería ser "ni escritor ni periodista", "queda" una noche en la mítica Venta de Vargas, en San Fernando, con Camarón, para "amañar" una supuesta pelea de gallos y lograr "jurdoses" (dinero) para tratar en el extranjero la enfermedad que ya tenía al cantaor gaditano "más allá que acá".

"Yo no sé si 'el maestro' tenía problemas de dinero, lo que sé es que le vi, poco antes de morir, en un programa de televisión en el que decía que no tenía nada que dejar a los suyos y yo, como autor, sé que el artista siempre es el último en cobrar. Es un tema muy delicado pero pienso que no murió rico", dice.

No sabe si la familia de Camarón ha leído la novela y aunque barrunta que no también intuye que como la ha escrito "desde el cariño y el respeto" obtendría su "bendición".

Montero Glez, que en realidad se llama Roberto Montero González, dedicó dos años a escribir Pistola y cuchillo, que tiene en su portada una fotografía de la mano de Camarón sosteniendo "su sempiterno" cigarrillo, porque, argumenta, ese el tiempo que emplea en cada uno de sus libros. "Es cortito pero flamenco", reivindica el escritor, que puso en pie la novela sentado en la misma mesa de la Venta de Vargas en la que Manolo Caracol aprendía a leer y luego escuchó cómo un Camarón casi adolescente.

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